Iglesia de San Luis de los Franceses, jueves 20 de septiembre de 2018
El suntuosa templo de San Luis de los Franceses volvió a abrir sus puertas a la música, después de tantos años de rehabilitación y algunos conciertos celebrados en la Capilla Doméstica. Y lo hizo para inaugurar la temporada de Juventudes Musicales, con la colaboración de la Asociación Sevillana de Amigos de la Ópera y de la mano del maestro Pedro Halffter, a punto de finalizar su contrato como director artístico del Maestranza. Ha estado casi quince años llevando las riendas líricas de la ciudad, ofreciendo excelencia hasta donde la maldita coyuntura ha permitido, acercándonos en la medida de lo posible a la música contemporánea y arriesgando con la programación de títulos alejados de la rentable popularidad. Objetivos que poco a poco se fueron diluyendo en un mar de mediocridad, la que impone una taquilla condicionada por la mala educación cultural.
Los presidentes de las respectivas asociaciones organizadoras, Emilio Galán por ASAO y Arnold W. Collado por Juventudes Musicales, dignificaron el evento con unos discursos introductorios en los que no faltaron los consabidos agradecimientos a las autoridades locales, esos nuevos dueños del cortijo y modernos mecenas sin cuya generosidad parece no se puedan convocar actividades culturales de enjundia. Un entregado e intenso Halffter, en una de esas raras ocasiones en las que, conferencias preconcierto aparte, concurre al teclado en lugar de a la batuta, desplegó un programa centrado por completo en el autor que más adora y mejor comprende, Wagner. Y aunque no terminaron de calar sus invitaciones a vivir experiencias oníricas (Elsa paseando entre nosotros al son de Lohengrin) y revivir la Semana Santa sevillana a través de los Milagros del Viernes Santo y el Grial de Parsifal, no cabe duda de que logró sobradamente captar nuestra atención e interés, haciéndonos viajar por la senda de la melancolía y el dolor en un recital cargado de espiritualidad.
Salvo una muy aseada y meditada recreación de la Procesión de Elsa de Lohengrin, una de tantas transcripciones que realizó Liszt de la obra de su yerno, el resto fueron trabajos del propio Halffter a partir de la música del alemán, en los que desplegó con acierto y control los recursos puestos a su propia disposición. Tal fue su entrega y pasión que consiguió hacerse con un público sofocado por el calor húmedo reinante, alcanzándose el clímax con un apasionado Preludio y Muerte de Isolda en el que intercaló la hermosa Muerte de Tristán. Fueron las suyas unas versiones influidas por más de un siglo de transformaciones que han afectado a la manera de entender el arte. La suya fue una visión de Wagner del hombre contemporáneo, con matices, giros y soluciones estéticas que acercaron su música a la escritura vanguardista, trascendiendo en lo artístico y lo espiritual. Incluso la propina, una Variación Goldberg nº 25 de Bach que dedicó a su madre, la pianista María Manuela Caro que nos dejó a finales del pasado año, sonó de forma personal e íntima. Todavía le queda a Halffter mucho por hacer en esta ciudad que ama y repudia a partes iguales, pero ya empezamos a echarle de menos.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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