Guión y dirección Caye Casas y Albert Pintó Fotografía Miquel Prohens Música Francesc Guzmán Intérpretes Itziar Castro, Eduardo Antuña, Boris Ruiz, David Pareja, Emilio Gavira, Francesc Orella Estreno en el Festival de Sitges 11 octubre 2017; en salas comerciales 21 septiembre 2018
Cualquiera le tose al debut en el largometraje de ficción de la pareja artística integrada por los catalanes Albert Pintó y Caye Casas, después de los múltiples parabienes que han recibido por parte de festivales y crítica. Prácticamente pareciera que nos encontremos ante una de las producciones más frescas y originales del actual panorama patrio, y puede que lo sea, pero con aspectos cuestionables y algún defecto notable. Saludada como un cruce entre Álex de la Iglesia y los franceses Jeunet & Caro, más por Delicatessen que por Amélie naturalmente, este primer largo de estos cortometrajistas también bautizados en el documental parte de una idea feliz y diferente. Un vagabundo pequeñito se cuela en una casa en la montaña en la que una familia disfuncional celebra el fin de año con más rencor y miseria que verdadero espíritu navideño, y les anuncia que es Dios y que ellos han sido elegidos para decidir qué dos personas sobrevivirán al inminente apocalipsis. A partir de ahí deberíamos asistir a un festival hilarante de tramas, estrategias e ingeniosos giros de guión. Pero no hay nada de ello en esta comedia negra y grotesca que se conforma con generar crispación entre los parientes, sacar a relucir sus miserias, que por otro lado son tan recurrentes como convencionales, y originar una atmósfera de presunto desasosiego, cargado de símbolos religiosos, fotografiado con colores chillones y cierto barroquismo en la puesta en escena, y adornada con una música tan grotesca o más que la función propuesta, con profusa utilización de voces discordantes y efectos de sonido estridentes, quizás en última instancia lo más destacable del conjunto. Tras un prólogo protagonizado por Francesc Orella (Merlí), asistimos a la presentación de estos cuatro parientes, una esposa psicológicamente maltratada y de generosas proporciones, aunque tratada por los guionistas con menos sutileza de lo deseable como si fuera una venus (Itziar Castro, a quien descubrimos en Pieles y con la que los realizadores ya contaron en su cortometraje RIP), su impresentable y deshumanizado marido (Eduardo Antuña), su hermano (un suicida colgado de su ex David Pareja) y el padre de ambos (Boris Ruiz, al que también hemos visto en Merlí como padre de Pol). De ahí pasamos a la intrusión del supuesto Dios, en tono de película de terror, reminiscente de la crueldad del Antiguo Testamento, incorporado por Emilio Gavira. Pero no hay un objetivo claro y contundente, ni ese cinismo inteligente de Buñuel, con quien también se pretende emparentar. Apenas encontramos un ejercicio de estilo en esta película, aunque con evidente implicación de sus intérpretes. Contiene defectos de ritmo, considerables vacíos argumentales y, sobre todo, una alarmante ausencia de interés conforme se acerca su previsible final.
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