Reino Unido 2017 101 min.
Dirección James Marsh Guión Scott Z. Burns Fotografía Éric Gautier Música Jóhann Jóhannsson Intérpretes Colin Firth, Rachel Weisz, David Thewlis, Ken Stott, Jonathan Bailey, Adrian Schiller, Oliver Maltman, Mark Gatiss, Simon McBurney Estreno en Reino Unido 9 febrero 2018; en España 7 septiembre 2018
Viendo esta nueva película del director de La teoría del todo no se sabe muy bien cuál es el objetivo de contar la historia de Donald Crowhurst, que en 1968 se embarcó en una aventura suicida alrededor del mundo desde la bella localidad inglesa de Teignmouth, en un trimarán que apenas sabía manejar y con escasa experiencia de navegación en alta mar. Marsh, que ganó un Oscar en 2008 por contar en un documental (Man on Wire) la hazaña de Philippe Petit, equilibrista que en 1974 atravesó el vacío entre las torres gemelas neoyorquinas, parece querer contarnos otra epopeya, la de este padre de familia entregado al sueño de hacer algo grande por lo que ser recordado toda la vida. Y lo consiguió, pero más por las trampas e intrigas que rodearon tal atrevimiento que por la gesta en sí. Pero no hay en The Mercy (que significa compasión o misericordia, y que el protagonista repite insistentemente al final de su travesía; en España se ha optado por un título con connotaciones románticas que refleje el distanciamiento entre un matrimonio tan presuntamente enamorado como el que retratan director y guionista en su película) esa lucha encarnizada entre el hombre y la naturaleza, que sí encontrábamos en, por ejemplo, Cuando todo está perdido, con Robert Redford. Tampoco resultan convincentes sus estratagemas para convencer a prensa e inversores sobre el éxito de su apuesta, a la que parece ser se adhirió para salvar su empresa de la ruina, ni sus propias dudas e inquietudes al respecto, habida cuenta de lo mucho que arriesgaba con la misma, hipotecas incluidas. Cuenta demás con un guión muy discursivo, obra de Scott Z. Burns, colaborador de Steven Soderbergh en El soplón, Contagio y Efectos secundarios, y autor de El ultimátum de Bourne, que pretende explicar con diálogos y monólogos omnipresentes toda la carga emocional y reflexiva que deberíamos haber recibido con el sólo apoyo de la imagen, por cierto luminosa y espléndida, obra del francés Éric Gautier, muy ducho en fotografías paisajistas (Hacia rutas salvajes, Diarios de motocicleta). Tampoco los protagonistas se esmeran demasiado; contar con Firth y Weisz es una garantía, y cumplen, pero no se afanan en dar contenido real y convincente a sus arquetípicos personajes, él más soñador y aventurero que granuja y desesperado como parece fue en realidad Crowhurst, ella abnegada esposa y amante, resignada a la posibilidad de perderlo todo pero entregada a la causa de su marido, a su sombra. Todo muy rutinario y poco convincente, entre otras cosas porque a estas alturas ya sabemos que el cine magnifica gestas que generalmente pasan desapercibidas, aunque detrás de ellas estuviera, en este caso, el Sunday Times.
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