USA 2018 98 min.
Dirección Michael Mayer Guión Stephen Karam, según la obra de Antón Chéjov Fotografía Matthew J. Lloyd Música Anton Sanko Intérpretes Annette Bening, Saoirse Ronan, Billy Howle, Corey Stoll, Elisabeth Moss, Mare Winningham, Brian Dennehy, Jon Tenney, Michael Zegan, Glenn Fleshler Estreno en Estados Unidos 11 mayo 2018; en España 31 agosto 2018
Michael Mayer se dio a conocer hace más de una década con Una casa en el fin del mundo, un ambicioso proyecto que tenía como protagonistas, entre otros, a Colin Farrell, Robin Wright y Jessica Lange. Luego rodaría otras películas, entre las que destaca la infantil Flicka con Alison Lohman. Podría decirse que firma ahora su película más personal, una nueva adaptación de la obra teatral de Chéjov, varias veces llevada al cine, entre otros por Sidney Lumet en 1968 y Marco Bellocchio en 1977. Ya se sabe, la imperecedera atracción por los clásicos, a los que se presupone siempre mucho que enseñar y siempre de actualidad. Pero para eso cada adaptación tiene que saber conjugar los tiempos y que nada ni nadie parezca rancio. Mayer lo consigue sólo parcialmente. Para empezar redunda en ese defecto que tienen los americanos de que todo lo europeo, clásico y dramático suene a británico. Ni atisbo de temperamento ruso entre los atormentados personajes de la película, que parecen habitar el típico caserón británico de finales del XIX y principios del XX. Bastaría para evitar esto, convenciones del idioma incluido, cambiar los nombres de los personajes. La gaviota nos habla de amores no correspondidos y de talentos no reconocidos, de creatividad, frustración y traición, en tono camerístico y un entorno acomodado y en principio amigable. Saoirse Ronan y Billy Howle vuelven a reunirse en apenas unos meses tras En la playa de Chesil, y construyen otra historia de amor imposible, mientras Annette Bening y Corey Stoll funcionan como contrapunto del éxito y experiencia que fagocitan a sus menores y hacen crecer en ellos inseguridades y sufrimiento. Alrededor una galería de personajes que apuntan lo planteado por este cuarteto infernal y lo potencian, en especial una extrema Elisabeth Moss resignada a la infelicidad conyugal. Hechas las salvedades anteriores hemos de reconocer que Mayer mueve las fichas con soltura y maneja los tiempos y los personajes con solvencia, aunque en el proceso emplee más de diez minutos de su apenas hora y media de duración en repetir al final secuencias vistas al principio, sin duda un regalo para quienes entran tarde en la sala, pero desesperante para quienes hemos asistido a la totalidad de la proyección. ¿Una licencia de estilo, quizás? Cine académico, de tesis romántica algo marchita pero con un regusto clásico que siempre se agradece, aunque Bening se exceda en más de una ocasión.
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