La más fresca edición de las Noches en los Jardines del Alcázar que recordamos llegó a su fin; en el apartado de música clásica y antigua lo hizo este viernes, un día antes de que el ciclo toque a su fin hasta el próximo verano. Lástima que el broche lo pusiera una desganada y endeble revisión de unas páginas tan fascinantes en fondo y forma como las sonatas para viola da gamba y clave de Johann Sebastian Bach y las que compuso su hijo Carl Philip Emanuel apenas veinte años después. Unas piezas en las que se deja ver con claridad el espíritu humanista de la Ilustración, y en las que los afectos, sentimientos y emociones son tan palpables y evidentes, algo que apenas encontró eco en la interpretación de esta experimentada y a menudo reconocida pareja artística nacida del entorno de la Accademia del Piacere.
Hay en la grabación que estos artistas han realizado de las tres sonatas de Carl Philip mayor fuerza, gracia y color que en su interpretación en directo. Fue especialmente Rose quien exhibió más desgana, con un sonido persistentemente apagado y unas articulaciones a menudo blandas ya desde la breve introducción de la sonata BWV 1028, donde tampoco atisbamos ese juego de imitaciones que debe producirse entre ambos instrumentos. Tampoco el allegro resultó vivo y gozoso como debiera, hasta derivar en un andante en el que por fin apreciamos belleza y cantabilidad, apareciendo ese sonido robusto y decidido del que habíamos disfrutado en otras ocasiones de la mano de la violagambista alemana afincada en Sevilla. De esa serenidad y majestuosidad del andante volvimos sin embargo a un allegro, mi movimiento preferido, atropellado, sin brillo ni vida. Difícil fue en estas condiciones apreciar el estilo italiano de estas sonatas compuestas en la Corte de Köthen a mayor gloria de su amigo Ferdinand Abel y del Príncipe Leopold.
Mejor resultó la pieza de Carl Philip, cuyas sonatas se compusieron en una época en la que la viola da gamba estaba ya en desuso, no tanto en el norte de Alemania, donde se ubicaba la Corte de Federico el Grande para cuyo instrumentista Christian Hesse parece concibió Bach estas obras. La Wq 136 se beneficia de una imaginación exacerbada, que Rose y Núñez abordaron con más sentido del virtuosismo que de la expresividad. Tras un andante moderado, Rose atacó con mayor vigor el allegretto, hasta desembocar en un airoso elegante y bien ornamentado, lo mejor de la noche junto al mencionado andante del 1028. Con la Sonata nº 3 del pater familias volvimos a echar de menos el sonido profundo de la viola, no tanto esa dulzura que le caracteriza. Acertaron en dotar de atmósfera y variedad rítmica a esta imitación de concierto al estilo de los de Brandeburgo. Núñez por su parte atacó el clave como un auténtico destroyer, fulminando el instrumento y resolviendo con audacia y versatilidad el ingente torbellino de notas que padre e hijo plantearon en sus sonatas, más en el caso del primero, con su clave obligado en calidad de solista, que en el segundo, donde el instrumento adopta categoría de continuo.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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