sábado, 24 de febrero de 2024

LA PERFORMANCE OPERÍSTICA DE SAMUEL MARIÑO

Música Antigua en Turina. Samuel Mariño, sopranista. Concerto de’ Cavalieri. Marcello Di Lisa, dirección. Programa: Arias de Griselda, La fida ninfa, Il Giustino, La Silvia y Bajazet de Vivaldi, de Il trionfo dell’innocenza de Caldara, y de Erminia y Sedecia, re di Gerusalemme de Alessandro Scarlatti; Concerto grosso en re mayor Op. 6 nº 4, de Corelli; Conciertos para cuerda y continuo en Re mayor RV 121 y en sol menor RV 156, de Vivaldi. Espacio Turina, viernes 23 de febrero de 2024


A sus escasos treinta años, el venezolano Samuel Mariño se ha convertido en una estrella mediática, con seguidores por doquier, como atestiguó la nutrida afluencia de público que se asomó al Turina para degustar su particular oferta, que sólo se ha podido disfrutar en Madrid hace unos días. También es verdad que el público sevillano es especialmente proclive a la música antigua, y dentro de ésta sobre todo a la de ese Barroco con el que tanto se identifica la ciudad y por el que tanto se han decantado solistas y conjuntos que desde la capital andaluza han escalado puestos en el ránking mundial de la interpretación históricamente documentada. Tanto es así que entre los integrantes de esta versión de Concerto de’ Cavalieri que acompañó al cantante, figura en esta gira el sensacional violonchelista madrileño Aldo Mata, tan vinculado a nuestra ciudad.

Prueba del auge que tiene la música barroca, que dentro de la denominada clásica o culta podríamos considerar la manifestación más moderna y actual de cuantas ofrece este rango musical de tantos siglos, por encima incluso del Romanticismo que inexplicablemente tiene hoy un sabor si se nos permite más rancio, es la cantidad de voces que sintonizan con el público añadiendo a sus actuaciones un plus diferenciador, como hace por ejemplo Jakub Jozef Orlinski cuando se permite marcarse unos bailes de breakdance en plena efervescencia barroca, o este Samuel Mariño, que acompaña las suyas con un vestuario más próximo al de Judy Garland que al de sus compañeros de oficio. Así, con tacones y mucho brilli brilli se presentó el sopranista al encendido y agradecido público que llenó la sala. La suya es una tesitura bastante insólita, en un rango más agudo aún que el del habitual contratenor, que es comparable a una contralto o una mezzosoprano. La suya es voz de soprano en un hombre, incluso más aguda todavía que la de una soprano natural, cerca podríamos decir de la de una voz blanca, que se manifiesta incluso cuando habla. Desconocemos si ha sufrido algún tipo de manipulación en un supuesto proceso de hormonización, pero tampoco es el caso de especular aquí, sino simplemente de destacar o no su talento y cualidades.


Comenzó de forma no del todo satisfactoria, por cuanto en Agitata da due venti de la ópera Giselda de Vivaldi, acusó pérdidas de voz en las notas más graves, aunque fuimos ya capaces de percibir su facilidad para las agilidades, un talento que no se le puede negar y que podría convertirle en el sucesor de la Bartoli. Esta capacidad para la ornamentación más extrema, un particular que personalmente nunca nos ha entusiasmado, lo demostró holgadamente en Torbido, irato e nero, una complicada aria de Erminia de Scarlatti padre que salvó ya sin defecto alguno, una voz aterciopelada y homogénea quizás con una pizca de dificultad para mantener la respiración, casi imperceptible e intrascendente dada su energía circense. Estos pormenores se mantuvieron a lo largo de sus arias de bravura, haciendo gala de una coloratura extraordinaria, que alternó con otras de mayor calado sentimental y salvó también con un alto componente emotivo y conmovedor, como Dite, oimè de La fida ninfa, también e Vivaldi, o Caldo sangue, aria de Sedecia, re di Gerusalemme, de Scarlatti, e incluso un inevitable Lascia ch'io pianga de Haendel que cantó con gusto y deleite como una de las varias propinas con las que agasajó a un público enfervorizado con su voz cálida, capaz de sensacionales filados y largos pasajes arpegiados.

Mariño acudió acompañado por un conjunto de referencia, aunque vistos los resultados provocó más decepción que otra cosa. En su afán por resultar lo más adecuado posible a la interpretación históricamente informada, la cuerda aguda sonó chirriante, seca y a menudo desafinada, aunque Francesca Vicari salvara con decencia su diálogo ornitológico con el muy cómico sopranista en Quell’augellin che canta, de La Silvia de Vivaldi. El prestigioso Marcello Di Lisa acompañó con respeto y sinceridad a Mariño, aún exhibiendo unos ademanes demasiado saltarines. Pero en sus aportaciones meramente instrumentales, dos conciertos para cuerdas del prete rosso y uno grosso de Corelli, sus movimientos rápidos y endiabladamente agitados se resolvieron mejor que los más pausados, donde convergieron los inconvenientes apuntados. De entre todo lo escuchado, quizás el Vanne pentita a piangere de Il trinfo dell’innocenza  de Antonio Caldara, fuera el número en el que el talento de Mariño y el acompañamiento de Cavalieri se alzaran por encima del resultado global de una velada en la que resulta difícil desdeñar el talento y la habilidad, además del sentido del espectáculo, del venezolano, no tanto el del conjunto italiano. Como muestra del carácter extrovertido del latino americano, Mariño aprovechó para lanzar proclamas en favor de la paz y el entendimiento, así como de la diferencia, diciendo algo muy cierto, que todos y todas somos diferentes, y está bien serlo.

Fotos: Luis Ollero

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