jueves, 29 de febrero de 2024

MIDORI SEILER LIDERA UN CONCIERTO DE LA BARROCA POCO ESTIMULANTE

Temporada 2023/2024 de la Orquesta Barroca de Sevilla. Rafael Ruibérriz de Torres, flauta travesera. Midori Seiler, violín y dirección. Programa: Sinfonías no. 59 en La mayor “Feuersinfonie” y no. 64 en La mayor “Tempora mutantur”, de Haydn; Conciertos para violín nº 2 en Re mayor K. 211 y para flauta nº 2 en Re mayor k. 314/285d, de Mozart. Espacio Turina, miércoles 28 de febrero de 2024


Mozart y Haydn siempre serán una buena elección para cualquier celebración que se precie, incluido el Día de Andalucía, sobre todo si viene servida por uno de nuestros buques insignia de la interpretación musical como es la Barroca de Sevilla. Con una nutrida representación se presentó en esta cita de su actual temporada, decantándose esta vez por el Clasicismo, que ya ha abordado otras veces en escena y en disco con excelentes resultados, por lo que podríamos afirmar que en sus atriles la música de Mozart o Haydn es tan susceptible de sonar bien y en estilo como lo es la de Vivaldi, Haendel o Bach. Y sin embargo, con la prestigiosa violinista germano japonesa Midori Seiler al mando, los resultados no fueron ni mucho menos lo estimulantes que esperábamos. Hubo empuje, hubo nervio, y desde luego todos y cada uno de los instrumentos sonaron de manera impecable técnicamente. Pero faltó alma, faltó espíritu y, sobre todo, fluidez y frescura. Encima, lo de Seiler al violín llegó a resultar hasta desagradable en algunos pasajes, corroborando la impresión que nos dejó en 2017 junto a Andreas Staier. Así que nos quedamos con Ruibérriz, portentoso a la flauta, y la perfección técnica de los maestros y maestras de la orquesta.

Las dos sinfonías de Haydn seleccionadas, aunque con número de catálogo avanzado, son tempranas. El sobretítulo de la nº 59, Sinfonía del fuego, no obedece tanto a su carácter enérgico y dinámico, después de todo una constante en la época, sino a su uso como música de acompañamiento a la obra de Gustav Friedrich Wilhelm Grossmann Der Feuersbrunt. El arranque impetuoso dejó ya entrever el particular estilo fogoso y saltarín de la Barroca, mientras trompas y oboes, presentes en las cuatro piezas seleccionadas, mostraron perfección técnica y un preciso diálogo con la cuerda, sobre todo en el movimiento final, donde las llamadas de las trompas sonaron majestuosas. Los característicos silencios haydenianos perdieron sin embargo elocuencia merced a una dirección algo mecánica y falta de espíritu. En la segunda parte, como colofón del concierto, la nº 64 acusó los mismos defectos y virtudes. Su sobrenombre, Tempora mutantur (Los tiempos cambian) coincide con el final de período Sturm und Drang, pero faltó colorido en la cuerda, muy disciplinada eso sí, aunque las trompas añadieron brillantez al conjunto. El movimiento lento acusó falta de esa añoranza y ese lamento que su literatura parece indicar, y los silencios volvieron a decepcionar por su falta de sentido y naturalidad.


Quienes hemos crecido escuchando los conciertos de Mozart al amparo de grandes como Perlman, Grumiaux, Kremer o Mutter, con un estilo que todavía hoy practican otros como Capuçon o Hahn, nos cuesta asimilar el sonido seco y habitualmente crispado de los concertistas históricamente informados. Pero incluso ahí hay escalas, y la de Seiler ocupa una de las más bajas para nuestro gusto. Tan estridente como lánguida, imprecisa y hasta desafinada según qué pasajes, la suya fue una interpretación del segundo concierto sin la gracia y la naturalidad que caracteriza a Mozart, a la que se sumó una orquesta dirigida con desgana, que incluso exhibió dificultad a la hora de dialogar con la violinista. Costó pillarle el estilo galante a la pieza; el movimiento lento no sonó ni regio ni elegante, y sólo en las breves cadencias fuimos capaces de advertir el virtuosismo de la solista. Podríamos apreciar que fue una interpretación luminosa, pero sin emoción ni apenas fluidez, y con Seiler acusando saltos interválicos bruscos. Tan sólo nos convenció en un rondó final algo más brillante y original que el resto del conjunto.

Mucho mejor Ruibérriz de Torres defendiendo con soltura, naturalidad y un virtuosismo extremo, el Concierto para flauta nº 2 de Mozart, en realidad una trascripción del de oboe que compuso un año antes, con intención de cumplir al menos parcialmente el encargo del flautista holandés Ferdinand de Jean. El solista supo encontrar aquí la gracia y la viveza de la partitura, superando con nota alta sus largas notas sostenidas y sus fulgurantes cadencias, llenas de fantasía e imaginación, como esa divertida cita del famoso rondó alla turca. En definitiva, impregnó al concierto de la emoción y la delicadeza que destila la música de Mozart, culminando con un allegro fresco y decidido, en perfecta comunión con una orquesta cómplice y entregada, de nuevo con las trompas dejando su impronta técnica y expresiva.

Fotos: Luis Ollero

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