Grigory Sokolov ha recalado tantas veces en plazas españolas y ha sucumbido tanto al encanto de la Costa del Sol, comprando incluso una casa en Málaga, que en agosto de 2022 adquirió la nacionalidad española. Puede que a ello hayan contribuido los incentivos fiscales correspondientes y una presunta animadversión al régimen de Putin, sobre todo desde que destinara la recaudación de uno de sus conciertos a ayudar a Ucrania, ya que dado su hermetismo no se ha pronunciado expresamente al respecto. Lo cierto es que tras varias comparecencias en este Teatro de la Maestranza que tan buena cogida le dispensa, ayer fue la primera vez que actuó en él como español, todo un orgullo para el país, sobre todo tras dejar constancia de que sigue siendo un fuera de serie y un número uno en toda regla. Aquí arrancó una nueva gira por nuestro país que le llevará a Murcia, Castellón, Valencia, Barcelona y Madrid, centrado como siempre en él en un programa muy específico al que presta toda su atención durante toda su temporada de conciertos.
Empezó con Bach al piano, qué placer escucharlo así, sin despreciar en absoluto, faltaría más, las interpretaciones originales al clave, clavicémbalo u órgano, según corresponda. Pero acercarse al universo siempre preciso y elegante del compositor alemán desde los favores del teclado moderno, tiende en muchos melómanos a tener un atractivo especial y hasta cierto punto melancólico. Arrancó con una energía inusitada y un ritmo casi frenético los Cuatro duetos de Bach, llamados así por confiar en dos voces combinadas o superpuestas sus líneas melódicas, llevando así al extremo las prestaciones armónicas y en contrapunto de su particular estilo. Todas hacen acopio de un estilo fugado que Sokolov, gracias a una técnica impecable y una limpieza en el fraseo ejemplar, llevó a sus últimas consecuencias, dejando entrever sus particulares disonancias y su fecundo cromatismo. Amable y relajado en el BWV 803, frenético en el 804, la exhibición terminó con la sofisticación y elegancia que demanda el 805 en estricto contrapunto. Y del Clavier-Übung nº 3 en el que se ubican estas breves piezas, pasamos a la más solemne y compleja Partita BWV 826, del primer cuaderno de trabajos para teclado, por algunos consideradas suites alemanas, en contraposición a las inglesas y francesas contemporáneas. Más libres en estructura y con cierto toque más austero, menos ornamentado, Sokolov eligió de ellas la única que tiene seis movimientos, en lugar de los siete de las cinco restantes. Son sin embargo las más exigentes a nivel técnico, lo que no impidió que su interpretación mantuviera la limpieza y el fraseo perfecto que ya exhibió en las piezas anteriores. Música como Bach la definía para amantes de la música y gozo del espíritu, tal como la transmitió el veterano pianista, siempre atento a su gramática, sin pausa ni asfixia, deleitándose con cada acorde, rubateando con discreción y haciendo uso preciso y casuístico del pedal. Una interpretación que combina nobleza, halo poético y precisión técnica con absoluta maestría.
Chopin protagonizó el primer bloque de la segunda parte, con siete de sus mazurcas, las opus 30 y 50, de las que Sokolov fue capaz de extraer todo ese espíritu de melancolía y añoranza por la tierra natal que atesoran, y que el compositor tradujo en unas emotivas combinaciones de sofisticación a partir de las danzas populares en las que se basaba. Muy exigentes técnicamente, el pianista paseó por ellas haciendo hincapié en su complejidad técnica pero sobre todo en su emocionante contenido espiritual, con profunda atención en sus cálidas melodías, sin embellecerlas inútilmente ni amortiguar su pura y alegre vitalidad. Con idéntica nobleza expresiva acometió las nueve piezas que conforman el ciclo simétrico Escenas del bosque, un paseo de carácter inocente e infantil por la naturaleza que nos conecta con nuestro espíritu y nos ayuda a conocernos mejor. Todo un tratado de introspección filosófica que Sokolov desentrañó con confianza y seguridad así como una sensibilidad extrema, por mucho que en esta ocasión se deslizasen algunas notas falsas, nada alarmante considerando la veteranía del intérprete y su magisterio a la hora de erizarnos la piel. Aquí Sokolov estuvo ágil para afrontar sus rápidos cambios de carácter y color, reflejando su enorme riqueza de matices y alcanzando en piezas tan emblemáticas como ese pre-impresionista Vogel als Prophet (Pájaro como profeta), esa especial fascinación que exhala. Momentos acogedores se alternaron con otros más inquietantes y algunos enfervorecidos, antes de enfrentarse a la consabida tercera parte de su recital, esa interminable lista de propinas que tan generosamente desgrana. Seis en esta ocasión, entre ellas Air des Sauvages de Rameau y los preludios nos. 15 y 20 del opus 28 de Chopin.
Fotos: Guillermo Mendo
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