6º Concierto de abono Ciclo gran Sinfónico de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Javier Comesaña, violín. István Várdai, violonchelo. Marzena Diakun, dirección. Programa: Displaced para orquesta de cámara, de Lula Romero; Sinfonía n1 en sol menor Op. 13 “Winterträume”, de Chaikóvski; Concierto para violín y violonchelo en la menor Op. 102, de Brahms. Teatro de la Maestranza, jueves 20 de febrero de 2024
Algo insólito resultó este sexto concierto del ciclo Gran Sinfónico de la ROSS, por cambiar su cita habitual del jueves al martes, lo que supone cierto desconcierto para algunos y algunas abonadas, acostumbradas a reservar muchos de los jueves de la temporada para su cita con la orquesta. Y por modificar el orden habitual de un programa convencional, colocando la pieza sinfónica justo detrás de la obra de introducción, y dejando para la segunda parte la pieza concertante, y eso que ésta además es más breve que la sinfónica, por lo que generó cierto desequilibrio entre las dos partes del concierto. Otra cosa fueron los resultados artísticos, sencillamente magistrales, tan centrados en la belleza y la emoción que poco o nada pudo achacárseles, sólo elogiar el interés y la dedicación depositada por cada uno y una de sus principales artífices, la directora titular de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, conjunto habitual del Teatro de la Zarzuela, la polaca Marzena Diakun, el violonchelista húngaro István Várdai, y el violinista sevillano (de Alcalá de Guadaíra) Javier Comesaña. Tres jóvenes pilares de un concierto hermoso y notablemente inspirador.
Sevillana es también Lula Romero, joven compositora que actualmente reside en Berlín y que presentó anoche un trabajo concebido por encargo de la Radiodifusión del Sureste de Alemania para el Festival de Música Nueva de Donaeueschinger, y que la autora define como una sucesión de planos sonoros destinados a identificarse con el espacio en el que sean interpretados y dar cuenta de su capacidad, volumen y características particulares. Cierto que este empeño no caló en nuestros oídos, por lo que podríamos decir que su objetivo fracasó al menos parcialmente. Pero como música la pieza no está nada mal; superpone planos sonoros y estéticos de forma considerablemente fascinante, creando un cosmos sonoro atractivo y evocador que Diakun manejó con sentido de la perspectiva, del color y de la trasparencia, consiguiendo de cada familia instrumental rendimientos altamente eficientes, todo ello salpicado de una peculiar percusión deudora de los cencerros pastoriles. Tras la breve pieza y el saludo obligado de la autora, presente en la sala, Diakun se enfrentó con personalidad y autoridad a la primera de las seis sinfonías escritas por Chaikovski.
Varias veces modificada por su autor, primero a instancias de Nikolai Rubinstein, luego por iniciativa propia, la Sinfonía nº 1, Sueños de invierno, supone el primer trabajo sinfónico de enjundia del compositor, que hasta entonces sólo había escrito alguna obertura y un par de scherzos sueltos. Aunque reviste cierto aroma nostálgico, está exenta de la amargura a menudo pretenciosa que caracteriza sus muy apreciadas tres últimas sinfonías, y reviste una mayor grandeza y capacidad inventiva de lo que la historia le ha reservado. Consciente de ello, Diakun ofreció una lectura solemne y majestuosa de su primer movimiento, un allegro tranquillo en el que brilló la perfecta conjugación de acordes líricos y animados, con prestaciones sobresalientes de los metales, unas trompetas y trompas apabullantes. La directora abordó el adagio cantabile con sentido nostálgico y mucho lirismo, mientras la cuerda grave aportó mucho músculo al conjunto. Las transiciones del scherzo acusaron un alto grado de elegancia y discreción, mientras el finale, a pesar de su ramplonería melódica, alcanzó momentos espectaculares, siempre bajo la mirada atenta y medida de la batuta.
Desde los primeros acordes, Comesaña y Várdai acusaron un total entendimiento y una conjunción de talentos realmente notable en el Doble Concierto de Brahms, junto al triple de Beethoven la mejor pieza concertante para varios solistas concebida en el Romanticismo. Ambos solistas compartieron el mismo tono y la misma ilusión por llegar al mejor puerto posible, y Diakun exhibió ese mismo entusiasmo, contagiando a una orquesta que sonó en todo momento excelsa. De esta forma, la última pieza orquestal que compuso Brahms acusó toda la belleza que atesora, con los solistas cumpliendo a la perfección ese diálogo de cámara que exhibe la pieza, y aunque el autor dispensó un mayor protagonismo al instrumento grave, Comesaña impuso su talento destacando en más de una ocasión con un sonido poderoso, bien timbrado y homogéneo. Vardái abordó sus grandes acordes con solvencia y seguridad, mientras el violinista mantuvo el equilibrio necesario tanto en sus diálogos como en sus puntuales conflictos, a todo lo cual Diakun supeditó su batuta para no eclipsar, sin por ello dejar de destacar como el importante vértice que constituye al mando de una orquesta maravillosa en todos los aspectos.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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