Australia-USA 2025 99 min.
Dirección Danny y Michael Philippou Guion Danny Philippou, Michael Philippou y Bill Hinzman Fotografía Aaron McLisky Música Cornel Wilczek Intérpretes Sally Hawkins, Billy Barratt, Sora Wong, Jonah Wren Phillips, Sally-Anne Upton, Stephen Phillips, Mischa Heywood Estreno en Australia 29 mayo 2025; en España 1 agosto 2025
Los hermanos Philippou destacaron hace un par de años con Háblame, una inquietante película con la que lograban analizar una multitud de cuestiones relacionadas con los traumas infantiles y la incomunicación adolescente, a través de una historia que recuperaba con éxito la vertiente terrorífica del espiritismo. Siguiendo esa estela, incluso perceptible en el título, el objeto de renovación ahora son las sesiones demoniacas, unos rituales tan divulgados particularmente en la década de los noventa del pasado siglo a través de videos en la línea de las snuff movies. A partir de aquí, la película plantea una situación en la que se suceden constantes del género, desde la infancia amenazada a los traumas familiares, pasando por la casa de los horrores y la recurrente mujer trastornada, convertida una vez más en sádico monstruo desquiciado. Ella es, por definición, la bruja que acoge a Hansel y Gretel en su perturbado universo.
Dentro de todo este panorama ingeniosamente articulado por la productora A24, responsable también del anterior trabajo de los hermanos australianos y de un puñado de títulos que han renovado inteligentemente el género desde hace un par de décadas, destaca el personaje del joven y algo ambiguo Oliver, único elemento fantástico dentro de un conjunto que se quiere convencional o realista, aunque en el desarrollo ofrezca más de un apunte para no lograr considerarse de esta manera. Por el camino encontramos una serie de secuencias ciertamente impactantes, y eso que la película no juega en ningún momento al tren de la bruja, sino al sadismo más extremo, sometiendo a los infantes intervinientes a situaciones que pueden haber sufrido con mayor angustia que las y los propios espectadores.
Toda su malsana, y conseguida, atmósfera, destacando la interpretación quizás desaforada pero acertada de una Sally Hawkins muy alejada de su registro habitual, naufraga cuando al final se pretende dejar al público con cierta sensación de alivio, si bien por el camino no se le puede reprochar que arriesgue en hacernos pagar cierto peaje emocional. Lo que no cabe duda es de que gustará a los y las incondicionales del género, y quizás el tiempo nos quite la razón a los más escépticos y la convierta en un título de referencia.
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