Paniagua y Carazo |
Gran conocedor y entusiasta de la música renacentista y barroca de nuestro país, Eduardo Paniagua regresó a Sevilla con el espectáculo que este verano ha llevado por diversas plazas del centro del país. Se trata de una recreación musical de los tonos y danzas que muy bien podrían haber acompañado a Doña Catalina de Oviedo durante su cautiverio en tierras de Costantinopla, tal como lo imaginó Cervantes en su comedia burlesca La Gran Sultana, una de las que nunca conoció estreno en vida del autor, posiblemente por la audacia de sus planteamientos, tan alejados de los postulados de la Inquisición. Dice Paniagua que no les interesaba homenajear al escritor con una recurrente amalgama tipo Música en tiempos de Cervantes, y que les pareció más interesante esta propuesta, con dos versiones, una bailada y la que se presentó aquí.
Soriano |
La noche se abrió con una pieza del compositor y laudista inglés Robert Dowland, hijo del más célebre John, con el que los músicos sentaron el estilo con el que habrían de abordar el resto del programa, especialmente un César Carazo de voz potente, magníficamente entonada y perfecta dicción. Paniagua defendió su difícil empeño a la flauta, acometiendo con magisterio los arcaicos instrumentos a su disposición, muy complejos a la hora de controlar entonación y respiración. Aníbal Soriano volvió a resolver con sobrada solvencia el acompañamiento a la cuerda pulsada, sacrificando su luna de miel y protagonizando el momento más tierno de la velada, cuando dedicó a su reciente esposa una pieza instrumental bajado del escenario.
Una obra de Jacob van Eyck, neerlandés especializado en la flauta dulce, y el Romerico Florido de Mateo Romero, músico español de origen belga que por su virtuosismo se hacía llamar Maestro Capitán, dieron paso a una nutrida representación de compositores españoles que trabajaron en la amplia horquilla de la realeza española que va de Felipe II al IV. Renacimiento y Barroco español entrelazados en las voces de algunos de sus más ilustres representantes, como Diego Pisador, Juan Arañés, Juan Hidalgo y el imprescindible Gaspar Sanz, sobre cuyos Canarios los artistas adaptaron textos de la comedia de Cervantes, en un alarde de creatividad que relajó la rigidez con la que tantas veces se abordan estos programas. Los tres nos llevaron de paseo por la música española en el tránsito del siglo XVI al XVII, con influencias moriscas y orientales propias de la estética andalusí, fruto de la combinación de las míticas tres culturas. Nada resultó duro ni impostado, devolviéndose a la música una naturalidad que no tantas veces se consigue cuando de recrear estos ambientes se trata. Chaconas, romances y unas jácaras que los músicos confesaron adorar, fueron desgranándose sin que apenas fuéramos conscientes del paso del tiempo ni del frío ya reinante.
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