Dirección Timur Bekmambetov Guión Keith R. Clarke y John Ridley, según la novela de Lewis Wallace Fotografía Oliver Wood Música Marco Beltrami Intérpretes Jack Huston, Toby Kebbell, Morgan Freeman, Nazanin Bonialdi, Rodrigo Santoro, Ayelet Zurer, Pilou Asbaek, Sofia Black-D'Elia, Marwan Kenzari, Moises Arias, Haluk Bilginer Estreno en Estados Unidos 19 agosto 2016; en España 2 septiembre 2016
Sólo el control del lobby judío en Norteamérica parece hacernos justificar el fracaso de crítica y público que esta revisión de la legendaria historia de Lewis Wallce ha tenido en ese país, a lo que muchos cronistas, pero no todos, de este nuestro se han sumado inmediatamente, a nuestro juicio de forma irreflexiva. Porque por sorprendente que resulte, a otros esta tercera versión de Ben-Hur, sin contar la mini serie estrenada en 2010, nos ha parecido un buena película. Algo que no hacía presagiar el fichaje del realizador ruso Timur Bekmambetov, cuyos anteriores títulos, Los guardianes de la noche, Wanted (Se busca) y Abraham Lincoln: Cazador de vampiros, lo hacían seguramente adecuado para rodar secuencias de acción, pero poco o nada para dar entidad dramática a una empresa como ésta. La llegada del cinemascope y la consolidación del color provocaron en los cincuenta que se realizaran muchos remakes de antiguas glorias de Hollywood. Metro Goldwyn Mayer fue especialmente promiscua en esta práctica, llegando a realizar calcos con los mejores recursos y técnicas del momento de películas como Magnolia, El prisionero de Zenda, Los tres mosqueteros o Ben-Hur sin ir más lejos, que duplicaba la duración del original que Fred Niblo firmara en 1925 a pesar de que argumento y muchas de sus secuencias, incluida la célebre carrera de cuadrigas, eran prácticamente un calco. El avezado productor Sam Zimbalist tomó entonces la celebrada decisión de confiar su dirección al gran William Wyler, pero como éste no se caracterizaba por dirigir grandes películas de acción, reservó esas prodigiosas secuencias al director de la segunda unidad, Andrew Marton. Ciertamente Bekmambetov no es el más adecuado para imprimir a este nuevo Ben-Hur del carácter melodramático y épico que le impregnó Wyler, pero los guionistas le han dejado las cosas muy bien atadas para que simplemente ejerciendo una labor profesional de mera ilustración haya conseguido un film más que estimable. Ben-Hur no es un remake del clásico de 1959, del mismo modo que Éxodo no lo era de Los diez mandamientos, que compartió el año pasado con Noé el mérito de comulgar con las nuevas generaciones y aligerar sus trabajos de contenido metafísico y religioso. Ben-Hur va aún más allá que los films de Ridley Scott y Darren Aronofsky, introduciendo numerosas variaciones en el libreto original como para que ésta resulte una revisión original y diferente, aunque en el fondo el sustrato argumental sea el mismo. Lo mejor es que ha tenido el talento de ofrecer una historia de siempre, épica y legendaria, para mostrar una radiografía de la actual situación en Palestina y la opresión judía, germen de la barbarie y la sinrazón que llevamos viviendo desde que dio comienzo el nuevo siglo y que puede modificar radicalmente el orden del que estamos acostumbrados a depender. Es cierto que en su reparto falta gente con carisma. Rodrigo Santoro no resulta muy convincente como Jesucristo, más presente ahora que en el film de Wyler, cuyas contadas apariciones siempre de espaldas contribuyeron al carácter majestuoso y místico del film. A pesar del éxito cosechado en la serie Homeland, Nazanin Bonialdi se limita aquí a ofrecer caras monas de labios impolutamente pintados. Y la pareja protagonista carece de la grandeza de los del film de Wyler, por muy nieto de John Huston que sea el príncipe de Judea. Pero nada de esto impide que el nuevo Ben-Hur se vea con el interés y la ansiedad de un original, como si nos enfrentáramos a la historia por primera vez, y eso tiene mucho mérito. Nada le hace comparable a las series de televisión de contenido bíblico que nos han invadido en los últimos años; aquí hay mucha más épica, grandes localizaciones, majestuosos encuadres y excelentes secuencias de acción, como la de la batalla en el Jónico o la que parecía imbatible escena de las cuadrigas. Tampoco Marco Beltrami ha querido emular la extraordinaria banda sonora de Miklós Rózsa, limitándose a repetir con más humildad y profesionalidad que falta de talento, los actuales cánones de la música de cine para este tipo de producciones, con la particularidad de que su trabajo no eclipsa la estructura dramática ni la acción del film. Sólo los diez últimos y demasiado complacientes minutos, canción incluida, merecen nuestra repulsa, malogrando obtener, aunque no estuviéramos preparados para ello, una mayor satisfacción del film.
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