Dirección Alberto Rodríguez Guión Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, según el libro de Manuel Cerdán Fotografía Álex Catalán Música Julio de la Rosa Intérpretes Eduard Fernández, José Coronado, Carlos Santos, Marta Etura, Alba Galocha, Emilio Gutiérrez Caba, Luis Callejo, Tomás del Estal, Israel Elejalde, Pedro Casablanc Estreno en el Festival de San Sebastián 17 septiembre 2016; en salas comerciales 23 septiembre 2016
El cine de Alberto Rodríguez ha ido experimentando una progresión coherente; cada película es más sofisticada y está mejor terminada que la anterior, y ésta desde luego es con diferencia la más depurada técnica y estéticamente, por mucho que La isla mínima presentara ya un nivel de depuración formal ciertamente gratificante. Sin embargo para quien hace esta reseña a su cine le sigue faltando esa capacidad para enganchar, inquietar al menos con las tramas, a menudo graves, que propone. En consonancia con Grupo 7 Rodríguez analiza en clave de thriller político un momento determinado de nuestra historia reciente; de hecho, el mismo momento pero esta vez entroncando con una realidad inmediata de nuestro país como es la corrupción política. Primer eslabón de una serie de desdichas que han ido diezmando las arcas públicas, el caso Luis Roldán conmocionó hasta donde estas cosas suelen conmocionar a la opinión pública; ya se sabe, somos muy dados a criticar e indignarnos con una cerveza en la mano, pero luego seguimos votando a los mismos, que para eso los hemos erigido en héroes nacionales, precisamente por su capacidad para amasar fortunas fraudulentamente e irse de rositas, que el temperamento español es y será siempre muy pícaro. Pero el personaje central de esta esmerada película no es Roldán, sino Francisco Paesa, el ex agente especial del gobierno socialista. Y lo que se cuenta no son tanto las fechorías del ex director general de la Guardia Civil sino la forma en que Paesa se las ingenió para mantenerlas a buen recaudo durante el tiempo necesario para urdir un plan de estafa y venganza contra el gobierno que le dio la espalda cuando ejerció labores de espía para él. Sin duda un material suculento, extraído de la novela de Manuel Cerdán El espía de las mil caras (más valdría haberle dejado ese mismo título, ya que para los cinéfilos El hombre de las mil caras será siempre James Cagney dando vida a Lon Chaney), que Rodríguez tiene la pericia de ilustrar de forma impecable, aunque en el proceso abuse de un guión demasiado literario (las frases de Marta Etura son ridículas en su afán sentenciador), y muy subrayado (la voz en off del personaje inventado de José Coronado chirrían salvo en contadas ocasiones que tienen el raro mérito de resultar escalofriantes). Y todo ello en un conjunto que evidencia la falta de una personalidad cinematográfica definida en el director sevillano; ahora la referencia está clara, Scorsese, aunque con algo más de reposo y menos socarronería. Hay grandeza y elegancia en más de una propuesta, como los episodios en los que Alba Galocha, interpretando a la sobrina de Paesa, colabora en la gran estafa desde Singapur, pero el conjunto, aunque entretenido y cosmopolita, malogra muchas de las posibilidades que una gran historia como ésta, nada más y nada menos que el principio del declive del Partido Socialista Obrero Español, a pesar del paréntesis que, al margen de los errores económicos, le pudo insuflar Zapatero, materializado ahora en esa tierra de nadie en el que se ha convertido en manos de Díaz y Sánchez. Aplausos para su medido y reflexionado montaje, para su nítida y brillante fotografía, e incluso para la música de Julio de la Rosa, sustentada en guitarras eléctricas y ritmo intrigante aunque inconvenientemente onmipresente; y desde luego para Eduard Fernández, aunque nada hay que descubrir a estas alturas, Carlos Santos, redescubierto para dar vida al granuja tocayo (¡no tuve que aguantar nada en aquella época!), y José Coronado, impecable como amigo seductor e indiscreto. Pero el conjunto, insatisfactorio: Una de estafas y venganzas merecía una estructura y una trayectoria más apasionantes y una más destacada capacidad para generar justa indignación. Como curiosidad, para su ambiciosa distribución internacional se ha optado por el enigmático título Smoke & Mirrors (Humo y espejos) (¿).
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