Tradicionalmente Sevilla ha presumido de su belleza y sus tesoros de la misma forma que paradójicamente los ha ido despreciando. Sólo así se entienden abandonos sistemáticos como el que sufre el paseo Torneo, reconstrucciones caras, absurdas y futuristas de lugares como el Paseo Marqués de Contadero, destrucciones de palacios y colegios para sustituirlos por edificios de dudoso gusto arquitectónico, edificios emblemáticos como el palacio de la calle Pajaritos o la Torre de la Plata albergando vetustas e inadecuadas oficinas municipales, dejadez de limpieza en accesos eminentemente turísticos, como el que enlaza los Jardines de Murillo con el Barrio de Santa Cruz, un metro y un tranvía ridículos respecto a la media española, mientras otras plazas menos necesitadas nos toman ventaja, y así un sinfín de irresponsabilidades ilógicas cuando no se escatima un euro para hacer campañas publicitarias en ferias de turismo de todo el Mundo. Algo parecido ocurre con la Sinfónica, tras más de veinticinco años demostrando día a día su valía, dando categoría musical a una ciudad que sigue estando a la cola y de lejos de las más importantes del país y que gracias a la estimulante cantera de intérpretes aparecidos en las últimas décadas, en gran parte debido a la estupenda labor de la Sinfónica y la Barroca, puede nutrirse de músicos locales y prescindir de los grandes nombres, directores y solistas, que sí visitan otras ciudades españolas para envidia nuestra, argumentando la recurrente y peregrina excusa de la falta de presupuesto, ese que se genera con los impuestos que pagamos la ciudadanía trabajadora.
Lo cierto es que los músicos de la ROSS empezaron esta nueva temporada portando el lazo verde, pues sus problemas apenas se han solucionado y su situación sigue estando en la cuerda floja, como todo lo que en esta ciudad tiene mérito y valía. Afortunadamente la calidad de la orquesta no se ha resentido por toda esta dejadez y desidia, gracias naturalmente a la profesionalidad de sus integrantes y el amor que han terminado por profesar a una ciudad que, a pesar de todos estos inconvenientes, enamora. Así lo demostraron en este primer concierto de abono, de nuevo a las órdenes de Michel Plasson, seguramente la batuta invitada más ilustre y legendaria de las convocadas en esta temporada. La última vez que dirigió a la ROSS celebró entre nosotros su ochenta cumpleaños, así que estamos hablando de todo un veterano que con problemas de cadera añadidos rebosa sin embargo energía y cariño. Bajo su dirección la ROSS encontró el punto exacto entre la majestuosidad y el lirismo que caracteriza a la exótica Bacanal de Sansón y Dalila de Saint-Saëns, a la que sin embargo faltó un poco más de incisividad y agresividad, sobre todo en su tercio final, no obstante dinámico y colorista. Con los extractos orquestales de La condenación de Fausto de Berlioz, Plasson logró unas texturas cautivadoras, llenas de dulzura y encanto en el Ballet de las Sílfides y de fuerza expansiva en la célebre Marcha Rakocki, siempre atento a dinámicas y matices que brindaron a la interpretación una nitidez y brillantez extraordinarias.
Daniela Iolkicheva volvió a ejercer de solista como ya hiciera en el segundo concierto de abono de la temporada 2011-12. Esta vez fue con un proyecto muy personal, interpretar el Concierto para arpa de Gliére que le sirvió de aprendizaje cuando estudiaba con Tatiana Tauer, fallecida a temprana edad y a la que dedicó emotivamente su interpretación. Sin duda un esfuerzo considerable a tenor de los excelentes resultados cosechados, sólo así se entiende abordar una pieza de tal envergadura y complejidad con tanto éxito, que mezcla el estilo clásico vienés y el romanticismo exacerbado ruso y que Iolkicheva mimó con una pulsación exquisita y envolvente. Además, acostumbrados a verla atrás, fue un placer disfrutar con el juego de manos, elegante y preciso, que implica el difícil instrumento. Su intervención titánica se completó con una propina, un andantino de la Sonata de Giovanni Battista Pescetti, y su incorporación a la plantilla de la orquesta el resto del programa. Precedido de la pieza de Berlioz, la segunda parte la protagonizó la segunda y más programada suite extraída del ballet Baco y Ariadna de Albert Roussel, que como la primera coincide con el acto completo de la obra original. No habría estado de más interpretar las dos suites, o ballet completo, pues su duración lo permitía para alcanzar los standards de un concierto sinfónico. Con la orquesta convenientemente reforzada, sobre todo trompetas y arpas, Plasson logró sin embargo extraer todo el lirismo inherente a esta obra con apariencia de poema sinfónico, especialmente en los pasajes que ilustran el personaje femenino y su sensación de abandono en Naxos, hasta que se impuso la espectacularidad y fuerte musculatura de la apoteosis final, dominada por otra imponente bacanal. Afortunadamente la exhibición no se quedó corta gracias a la propina de Iolkicheva y la del propio Plasson ya al final con un fragmento de La Arlesiana de Bizet.
Gracias por esta opinión desde la razón y el cariño.
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