Dirección Pablo Larraín Guión Guillermo Calderón Fotografía Sergio Armstrong Música Federico Jusid Intérpretes Luis Gnecco, Gael García Bernal, Mercedes Morán, Alfredo Castro, Pablo Derqui, Marcelo Alonso, Alejandro Goic, Antonia Zegers, Jaime Vadell, Michael Silva, Emilio Gutiérrez Caba Estreno en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 13 mayo 2016; en Chile 11 agosto 2016; en España 23 septiembre 2016
Precedido por la polémica tras su estreno en Cannes y en salas comerciales de Chile, Pablo Larraín ofrece su particular visión del poeta Pablo Neruda, considerado por muchos el mejor poeta del siglo XX, pero del que el director de El club y No se limita a dar una visión no exenta de cierto desprestigio y desmitificación. ¿Acaso un talento de su calibre, un genio de su altura no merece permitirse devaneos que le desvíen de la imagen impoluta de la que durante tanto tiempo gozó? Larraín parece pensar que no y adherirse así a la ya larga costumbre de retratar a los grandes de la política, la ciencia y la cultura como seres trastornados o directamente indeseables, o casi. Por otro lado es cierto que hay que ser valiente para arrojar algo de veneno sobre figuras hasta el momento intocables, y que merecemos conocer no sólo sus virtudes sino también sus miserias. Dos años apenas después del estreno de una biografía oficial dirigida por Manuel Basoalto, Larraín aporta una mirada que no obvia su compromiso con el comunismo y el proletariado y su odisea camino del exilio, huyendo del régimen de González Videla, que lo convirtió en proscrito tras haber ejercido como senador del partido comunista. Pero ni ese compromiso ni la huida están exentos de frivolidad, con peajes en su afición a fiestas orgiásticas y prostíbulos, a clases burguesas acomodadas o a, como él mismo dice en una de las mejores secuencias de la película, comer en la cama y fornicar en la cocina. Con la complicidad de su segunda esposa – el episodio de la primera esposa tampoco tiene desperdicio – Neruda es aquí un burgués egocéntrico y arrogante muy lejos del que retrataron Michael Radford y Massimo Troisi en El cartero. Perseguido por el régimen con la forma de un prefecto de la policía que pareciera sacado de un film de cine negro mejicano, un personaje ficticio creado por el mismo poeta a la vez que forjaba su testamento libertario Canto general, la película de Larraín se pierde en su forma y montaje, con una fotografía de variadas texturas y secuencias repartidas en varios escenarios, para reivindicar un cine intelectual con ínfulas poéticas e interpretaciones dignas de toda mención, contando para ello con una serie de actores y actrices recurrentes en su filmografía. Del trío protagonista destacan sobre todo un sobrio y burlonamente libertino Luis Gnecco, que da vida al Nobel de Literatura con voz mutante cuando de recitar se trata, y Mercedes Morán (Betibú), que compone una esposa abnegada y a la vez desvergonzada. La música de Federico Jusid queda catapultada bajo el uso recurrente de piezas de Grieg, fundamentalmente La muerte de Ase y la Melodía Nórdica nº 1, que impregnan al conjunto de un tono melancólico y trágico, aunque en práctica ejerce como elemento de distracción frente al discurso propuesto. Lo mejor es su tercio final, en tierras argentinas, cuando el film adopta forma y estilo de western y el personaje del policía, Gael Gª Bernal, asume definitivamente su rol de catalizador en este experimento desmitificador de un genio.
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