
Precisamente esa fue la propuesta de Johanna Rose y Miguel Rincón en este concierto en el Alcázar, convertido para la ocasión en jardines versallescos, a pesar de la diferencia de estilos paisajísticos. Concebido en dos grandes bloques, la tiorba de Rincón, luciendo su buen gusto ornamental y su espléndida capacidad para improvisar y fabular con las notas propuestas, avanzó a partir del gran guitarrista y tiorbista de Visée, la evocadora música de Marais, que encontró en Rose un vehículo tan correcto como lúcido según en qué ocasiones. La violagambista está naturalmente familiarizada con su música, y se nota que detrás de su interpretación hay mucho trabajo y la experiencia obtenida a través de su integración en La Accademia del Piacere.
La delicadeza de su belleza y la sensualidad de su gestualidad combinan perfectamente con su esmerada atención al instrumento, del que sabe extraer un sonido sedoso y homogéneo, así como una notable capacidad para frasear y modular con acierto y generosidad. Quizás en exceso académica para que sus interpretaciones resulten algo más emotivas, como se evidencia en piezas tan conocidas como La Reveuse o La Badinage, recogidas junto a otras en la suite d'un goût etranger extraída del Libro IV de piezas para viola. Correcto también su estilo nervioso y arpegiado en Le Grande Ballet, la famosa L'Arabesque, o la versión reducida que ofrecieron de las variaciones del propio Marais sobre las Folías de España que también inspiraron a Corelli. La combinación de esa trabajada técnica, el preciso sonido de la viola y la delicada belleza y gestualidad de la ejecutante, provocaron un efecto sensual de inusitado atractivo. A su lado Rincón exhibió su generosa capacidad para controlar el ritmo y el nervio y conseguir el adecuado grado de compenetración entre ambos instrumentos, consciente de dejar en un segundo plano su incontestable presteza para la cuerda pulsada.
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