Entre tantos programas amables, bien diseñados y con tantas piezas a descubrir, se agradece también alguna propuesta de buena música de cámara, la reconocida y bendecida. Es lo que trajeron los integrantes del Boccherini Quinteto, nada más y nada menos que una joya del calibre del Quinteto para cuerda D.956 de Schubert, una indiscutible obra maestra tan bien articulada y montada como dolorosamente expresiva. Compuesta en el último año de vida del compositor, materializa una lucha entre la vida y la muerte en la que el autor da rienda suelta a su sufrimiento, combinado con el recuerdo nostálgico del pasado y la incertidumbre ante lo que habría de venir. Para ello hizo uso de unas texturas eminentemente orquestales, dotando al conjunto de grandeza y ampulosidad.
Distinguida por muchos como un cuarteto con violonchelo solista, debido al protagonismo del instrumento, doblado para la ocasión fundamentalmente para llevar el peso de la melodía, hay que decir sin embargo que el cometido de Vanhuyse al respecto fue más bien discreto, casi imperceptible en muchas ocasiones, quedando en un segundo plano que no es el que le corresponde. Sus diálogos con la segunda violonchelista, la italiana Simonetta Bassino, y el primer violín, el cordobés Antonio Torronteras, quedó más bien velado, restando suntuosidad a una obra que se caracteriza por una sintonía e implicación emocional que sólo asomaron ocasionalmente. No cabe duda de que se trata de intérpretes competentes y disciplinados; faltó quizás más ensayo, puede que perjudicado además por la sustitución de la violista Ana García Cano, habitual del conjunto.
Esta quintaesencia del romanticismo musical exige un amplio aliento y una suntuosidad sonora que se logró sólo en parte. Bien construido el armazón y con un notable control de las dinámicas, el conjunto no pudo sin embargo extraer todo el lirismo que contiene la obra, con momentos confusos en los que, puede que por efecto de la amplificación, todos los instrumentos sonaron al mismo nivel, perdiéndose matices y juegos sonoros. Con todo se logró un adagio conmovedor y elegíaco, objeto en su tercio final de la propina. Aunque a veces los silencios pueden resultar muy elocuentes, los que asomaron inexplicablemente en el primer y último movimientos sólo sirvieron para provocar más aplausos inoportunos. Fue como si toda la obra se hubiera ejecutado con la misma falta de pretensiones que caracteriza al allegretto final, en el que sin embargo acertaron los contrastes y cambios de registro. La sección central del Quintettino de Boccherini apenas tuvo valor coyuntural, si acaso un respiro para el público frente a la angustia tormentosa e intelectual de Schubert.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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