John Malkovich, Silvio Orlando y Jude Law |
Mucha gente se está dedicando a recomendar películas y series de televisión para amenizar estos días de confinamiento decretado por el gobierno y seguido por sentido común y sentido de la responsabilidad. Guiados por un espíritu que a pesar de los años y los cambios de postura siguen en cierto modo influidos por una educación religiosa y unos valores tradicionales, de los que por mucho que pase el tiempo este estado secular no parece poder desembarazarse del todo, algunos no podemos sucumbir a la tentación de programar durante Semana Santa películas de índole religioso, como muchos escépticos no pueden sustraerse a la emoción de ver procesionar sus santos por las calles de su localidad. Este año hemos fijado nuestra atención en el Vaticano, habida cuenta del protagonismo que el Papa ha tenido en el cine con ese duelo interpretativo entre Jonathan Pryce como Francisco I y Anthony Hopkins como Benedicto XVI que en la plana y superficial Los dos papas de Fernando Meirelles con el que cerramos el 2019 y abrimos este fatídico año.
También la televisión se ha hecho eco del mediático personaje con la sobrevalorada serie de Paolo Sorrentino El nuevo Papa, que de paso ha puesto de moda a su predecesora El joven Papa, ambas tan bien escritas y capaces de provocar una enorme fascinación estética gracias a la maestría del director de La gran belleza para tratar la imagen y el sonido, con una cuidadísima y ecléctica banda sonora, pero que no acaban de encontrar en su planteamiento el sentido y la trascendencia que muchos esperábamos del visionario director. Cabe destacar en ellas el trabajo de Jude Law como un considerablemente joven y rebelde Papa, capaz de despojar a la Iglesia de sus concesiones y transigencias con tal de devolverla a un estado primitivo e intolerante con el que moldear una nueva institución, así como el impecable trabajo de Silvio Orlando como Cardenal Voiello, a caballo entre la comicidad y la responsabilidad de estado, la inquietante para muchos presencia de John Malkovich como sustituto del papa en coma, la sensualidad de Cécile de France exhibiendo una espléndida madurez o la candidez de un atormentado Javier Cámara como aportación española con Mediapro en la producción. Cabe destacar también la sorprendente intervención puntual de Marilyn Manson y Sharon Stone interpretándose a sí mismos, y sobre todo la espléndida recuperación de Diane Keaton en la primera de las dos series, libre de las muecas y espasmos a los que nos ha acostumbrado su filmografía los últimos veinte años desde El Padrino III.
Charlton Heston y Rex Harrison en El tormento y el éxtasis |
Pero la presencia del Vaticano en el cine está plagada de títulos, de los que nosotros vamos a destacar cinco, desde su papel de mecenas artístico en la épica El tormento y el éxtasis, una cinta de 1965 dirigida por Carol Reed (El tercer hombre) en la que Rex Harrison como el Papa guerrero Julio II y Charlton Heston como Miguel Ángel se entregan a un extenuante duelo protagonizado por la admiración y el apoyo absoluto del primero sobre la libertad de creación y el genio imperecedero del segundo mientras decora la Capilla Sixtina, cuyos métodos creativos son minuciosamente recreados en una pantalla abrumada por una exquisita ambientación. La excelente banda sonora de Alex North, en la que sería una de sus partituras más épicas junto a las de Espartaco, Cleopatra y El gran combate, pone el resto en este suntuoso melodrama sobre el poder del genio, el trabajo y el talento para trascender, y el de quien sabe verlo, admirarlo y apoyarlo. Solo cabe reprocharle que el resultado final de la Sixtina se asemeje más al estado que tenía en el año de su producción que al esplendor con el que hoy podemos disfrutarla tras su restauración. Un exquisito corto documental sobre la figura de Miguel Ángel como escultor, con música majestuosa de Jerry Goldsmith, le sirve de prólogo. También con música de North podemos acercarnos a Las sandalias del pescador, un melodrama de ficción en el que un papa ruso, durante veinte años condenado a trabajos forzados en Siberia, se convierte en esperanza de occidente y el comunismo soviético para evitar una guerra nuclear. Michael Anderson no era tan buen director como Carol Reed, como se trasluce en películas como la vistosa La vuelta al mundo en ochenta días y la ingenua La fuga de Logan, y eso se deja traducir en su torpeza a la hora de plasmar las dudas de un sacerdote que no sabe muy bien cuál es su misión y si debe asumirla. En este sentido su paseo de incógnito por una Roma atestada de vida y feliz vulgaridad nos recordó a la más conseguida y reciente película de Nanni Moretti Habemus Papa, con un excelente Michel Piccoli perdido en Roma y en su conciencia.
Otto Preminger da instrucciones a Tom Tryon y Romy Schneider |
Mucho mejor película que las anteriores es El cardenal, del imprescindible Otto Preminger. Al margen de su espléndida ambientación a lo largo de los primeros cuarenta años del siglo XX, con escenarios, vestuario y peinados más cuidados y documentados de lo que era habitual en aquellos años sesenta, y de otra magnífica banda sonora, en esta ocasión firmada por Jerome Moross, el autor de la emblemática sintonía de Horizontes de grandeza, esta larguísima película destaca por cuestionar de forma tan respetuosa como discreta algunos de los valores y principios más arraigados de la Iglesia Católica, como el voto de castidad, el cumplimiento férreo y sin excepciones de los mandamientos, o el papel activo en la expansión del nazismo, algo de lo que también se encargaba con bastante lucidez la película de Costa-Gavras Amén. Una jovencísima Romy Schneider pasea por algunos de los escenarios vieneses que la hicieron célebre en Sissi, mientras da la réplica romántica a un Tom Tryon abrumado por las dudas y atormentado por la conciencia. Entre los numerosos secundarios destaca John Huston dando vida al cardenal Glennon con matices que le llevan de la autoridad a la compasión y que le reportaron una nominación al Oscar. Allí donde termina El cardenal empieza Monseñor, una cinta más humilde de 1982, dirigida por Frank Perry y en la que Christopher Reeve interpreta a un joven capellán norteamericano que tras desembarcar con las tropas de su país en las costas italianas, se verá pronto bajo la responsabilidad de recuperar la maltrecha economía del Vaticano, para lo que llegará incluso a contactar con la mafia. Siguiendo un esquema similar a la película de Preminger, romance incluido esta vez con la carismática Genevieve Bujould, la cinta se deja ver con simpatía y amabilidad, incluyendo la aportación de Fernando Rey como cardenal y mentor, y destacando la elegante y majestuosa música de John Williams, muy en sintonía con el ambiente criminal y mafioso que retrata, tejiendo de alguna manera una imagen muy tenebrosa e inquietante de una Iglesia corrupta y un sacerdocio más diabólico que divino. Lo sorprendente es que Williams fuera nominado a los Razzie por esta interesante partitura.
El repaso lo terminamos con la mirada femenina de Audrey Hepburn en uno de los registros imprescindibles de su carrera, el de la joven misionera belga Hermana Luke en Historia de una monja, una excelente película que Fred Zinnemann dirigió en 1959 y por el que la actriz logró su tercera nominación al Oscar, tras conseguirlo por Vacaciones en Roma y volver a ser candidata al año siguiente por Sabrina. En esta película del director de Solo ante el peligro se destaca la función más generosa y desinteresada de la Iglesia, o mejor de algunas de las personas que la integran, a la vez que se pone de nuevo en tela de juicio el espinoso tema de la vocación y las dudas sobre la dedicación a lo divino por encima de las satisfacciones y veleidades de la vida civil y el servicio al prójimo desde una posición eminentemente laica. Basada en la novela de Kathryn Hulme, la cinta se benefició también de una espléndida banda sonora de Franz Waxman, que supo aunar el carácter místico de la propuesta con sus resortes más misteriosos y amargos.
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