sábado, 3 de octubre de 2020

AKELARRE Alas amarradas

España-Argentina-Francia 2020 90 min.
Dirección
Pablo Agüero Guion Pablo Agüero y Katell Guillou Fotografía Javier Agirre Erauso Música Maite Arrotajauregi (Mursego) y Aránzazu Calleja Intérpretes Amaia Aberasturi, Álex Brendemühl, Daniel Fanego, Daniel Chamorro, Jone Laspiur, Yune Nogueiras, Íñigo de la Iglesia, Irati Saez de Urabain, Asier Oruesagasti, Garazi Urkola, Lorea Ibarra, Elena Uriz Estreno en el Festival de San Sebastián 19 septiembre 2020; en salas comerciales 2 octubre 2020


En 1984 Pedro Olea dirigió la irregular pero efectiva Akelarre, que ya dramatizaba sobre las mismas cuestiones que lo hace ahora esta película de Pablo Agüero. La persecución de la brujería en tiempos de la Inquisición como vehículo para someter y fustigar a un pueblo, en este caso el siempre rebelde y distinguido vasco. Ese mismo hostigamiento y un indisimulado interés por comparar la situación con la que todavía viven millones de mujeres en todo el mundo, en lo que constituye todo un ejercicio de actualización feminista del entorno y la situación vivida hace medio milenio, constituye la piedra angular sobre la que se asienta esta película paradójicamente dirigida por un argentino, que parece hoy por hoy el único país empeñado en enfrentarnos con nuestros fantasmas del pasado con toda justicia y equidad.

Agüero se entrega a un ejercicio preciosista en el que cada encuadre, personaje y paisaje tienen una base pictórica, con un excepcional trabajo del operador Javier Agirre como responsable. Pero en el fondo el espectáculo se queda muy a medio camino. No bastan intenciones, es necesario darle una base literaria intelectual y contundente que la cinta no tiene. Esto es necesario especialmente cuando se juega constantemente con la convención y el anacronismo para acercar las posiciones a la actualidad, como ese conocimiento perfecto del castellano y el euskera que demuestran las pobres campesinas acusadas de brujería, o esa extraordinaria camaradería entre las siempre jóvenes y hermosas víctimas que tanto las asemeja a las vírgenes suicidas de Coppola o las jóvenes perseguidas por el Islam de Mustang. Agüero no es Arthur Miller, que en su descripción de las brujas de Salem en El crisol inundó de intelectualidad un texto que sobrepasaba así lo meramente coyuntural.

Agüero exhibe su capacidad artesanal para sobre la base de ese preciosismo y tenebrismo de época marca Caravaggio y unas solventes interpretaciones en su mayoría de un reparto novel, tejer un discurso eficiente pero pobre. No basta inspirar con frases como Los hombres temen a las mujeres que no les temen o Hablan ese idioma del demonio, en referencia al euskera, para edificar todo un discurso intelectual suficientemente ingenioso. El resto es una historia lamentablemente bien conocida, un genocidio, otra imperdonable farsa religiosa que llevó a cientos de miles de mujeres a la cruelísima hoguera por el mero hecho de experimentar puntualmente su libertad, esa que hoy siguen temiendo tantos hombres y que tan difícil está suponiendo erradicar. Otro daño más, otro dolor insufrible, infligido por una Iglesia que debería estar de una vez por todas disuelta por el bien de la humanidad.

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