martes, 22 de noviembre de 2022

FRANCISCO DÍAZ-CARRILLO ENTRE GOZOS Y APUROS

Otoño Barroco 2022. Francisco Díaz-Carrillo, tenor. Mercedes Ruiz, violonchelo. Alejandro Casal, órgano. Programa: Obras de Mazzocchi, Monteverdi, Rabassa, Torres, Bach y Haendel. Iglesia del Convento de Madre de Dios de la Piedad, lunes 21 de noviembre de 2022


La magnífica y a la vez recogida Iglesia del Convento de Madre de Dios, en la calle San José, paso obligado para quienes acceden al centro desde Santa María la Blanca, sirvió de escenario para el cierre del ciclo Otoño Barroco de este año que celebra la Asociación de Amigos de la Barroca de Sevilla. No faltó nadie a la cita, ni siquiera las pocas monjas de clausura del orden de las dominicas que habitan en el lugar, ubicadas como es habitual tras las rejas del coro. Allí, frente al retablo barroco de Francisco de Barahona con resquicios de su antecesor renacentista, se situaron los intérpretes, dos de los más representativos integrantes de la Orquesta Barroca de Sevilla, como siempre prontos y atentos a arropar nuevos valores y otros que aún no han sido reconocidos en la ciudad, como Francisco Díaz-Carrillo, tenor de Herrera con cierto bagaje a sus espaldas, nacional e internacional, pero del que apenas habíamos oído hablar en su propia tierra.

El concierto contó con las disertaciones de carácter histórico y artístico del especialista José María Galán, comisario de la exposición que bajo el título Ex Oratione Praedicare se celebra en el convento hasta abril próximo, recordando así los quinientos cincuenta años de su fundación y la rehabilitación de la Iglesia, cuyas obras la han mantenido cerrada durante ocho años. Díaz-Carrillo se enfrentó, suponemos que con toda la ilusión del mundo, a un complicado programa de corte religioso y místico, que tuvo sus luces y sus sombras. En un principio no pareció adecuarse la voz al ambiente, de forma que no sonó limpia, a menudo carrasposa, como ronca, evidente incluso en su breve locución ilustrativa del repertorio programado. Aunque acertó en el carácter eminentemente místico de las piezas, comenzó a manifestar dificultades de entonación y cambios poco sutiles de color en obras como la muy precisa Amar a Dios por Dios, con la que Domenico Mazzocchi musicalizó un soneto que muchos atribuyen a San Juan de Ávila, profuso en disonancias y figuras retóricas que el cantante no siempre acertó a plasmar. Mucho mejor sin embargo resultó el motete Vergine bella, perfecto en estilo y con el sonido visiblemente mejorado, que estructurado en cuatro partes contó con la aportación extraordinaria de Mercedes Ruiz en la tercera, sustituyendo a la voz grave a la que va destinada. Con Monteverdi el tenor acusó las mismas dificultades apuntadas, si bien aprobó con agilidades bien definidas y correctamente articuladas, no sin atisbar cierta incomodidad sobre todo en las complejas transiciones. Al final de esta primera parte encaró Laudate Dominum in Sanctis Eius con sentido del ritmo y considerable dinamismo.


Tras la pausa, en la segunda parte del concierto Díaz-Carrillo se sintió más cómodo, con la voz más limpia, haciendo así brillar su sedoso timbre en Herido de sus flechas, una cantada de Pedro Rabassa, tan vinculado a Sevilla, donde residió durante cuarenta años hasta su muerte. Su estimulante expresividad fue abordada por la voz y su lujoso acompañamiento con energía y sentido del color, poniendo el acento en el carácter italianizante de quien fue maestro de capilla de la Catedral. También salió airoso de la cantada de José de Torres Flavescite Serenate, con pasajes ágiles y desenvueltos que el tenor resolvió satisfactoriamente. Sin embargo se quedó corto en majestuosidad, y acusó de nuevo las insistentes incomodidades a las que sometió a su voz, en las arias extraídas de dos cantatas de Bach, Woferne du den edlen Frieden y Jesu, hilf dass ich auch bekenne, incurriendo incluso en más de una estridencia y desajustados cambios de registro. Finalmente logró encajar en estilo y carácter con Gentle Airs, melodious strains! del tercero de los oratorios que Haendel compuso en tierras británicas, Athlaia. También abordó con elegancia y soltura el aria de Bach Bist du bei mir como propina, cantado con toda la dulzura que la pieza demanda. Acompañando, Casal mantuvo el espíritu recogido y místico de la velada, mientras Ruiz tuvo sobradas oportunidades de hacer cantar y volar su violonchelo, con la fuerza y la poesía que caracterizan su estilo y hacen inconfundible su sonido.

Fotos: Luis Ollero
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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