Calle Luis Montoto, el martes 24 de marzo a las 10 de la mañana, vacía |
Es poco habitual que utilice este blog para escribir sobre otras cosas que no sean música o cine, sin embargo a veces siento una necesidad imperiosa de denunciar desde aquí aquello que me provoca rabia, generalmente relacionado con nuestra ciudad, Sevilla, y lo mal que se le trata desde unas instituciones que nunca invierten lo suficiente y, sobre todo, una ciudadanía que deja mucho que desear, la afea y ensucia sin compasión. Esta vez quiero hacerme eco de una situación que está relacionada con Sevilla pero también con el resto del planeta. Veo con tristeza y estupefacción que poco o nada hemos aprendido en estos dos meses de confinamiento. Mucho se habló durante el mismo de lo que iba a cambiar esta pandemia nuestra vida y de los aspectos positivos que acarrearían las normas de disciplina impuestas desde los gobiernos de casi todo el Mundo.
Nuestro planeta ha agradecido durante este tiempo nuestro confinamiento, que nos hayamos retirado de calles y campos, hayamos dejado los coches aparcados y permitido que nuestros servicios de limpieza aseen el entorno sin la cruel invasión al que lo someten los y las habitantes de cada palmo de la Tierra. Pero poco ha durado ese alivio; poco ha durado la alegría que ha experimentado un planeta herido y contaminado, que gritaba ayuda y le llegó en forma de virus, con lo mucho que merece lamentarse los miles, millones de muertos que ha dejado en el camino, y el empobrecimiento que ha provocado en muchos sectores de nuestra milimétricamente diseñada economía.
Pero lo que menos necesitábamos ahora es regresar sin reservas a eso que todos y todas llaman irreflexivamente "normalidad", sin pararse a pensar en qué es normal y qué no lo es. Nuestra mentalidad conservadora, ajena al cambio, temerosa de la novedad e incapaz de adaptarse a nuevos modelos de vida, nos lleva a ansiar lo que teníamos y hacíamos antes, y llenamos terrazas y bares, hacemos las ciudades intransitables y ruidosas, y dañamos el medio ambiente apelando otra vez a un tráfico intenso e inhumano. Nuestra escasa creatividad nos impide reciclarnos, buscar nuevos modelos económicos, sostenibles y respetuosos con el medio ambiente. Todo va volviendo a esa maldita "normalidad" a la que la mayoría, de mente obtusa y conservadora, se abraza sin reservas. Por eso me gustan tanto esos programas sobre gente que ha decidido vivir fuera, en otros países, no tanto por lo que enseñan de éstos como por lo interesante que suele ser el perfil de esta gente valiente e innovadora, que se adapta a nuevas formas de vida y apenas esbozan cierta nostalgia o melancolía por su pasado y lo que éste suponía.
Creímos que durante este tiempo de confinamiento el teletrabajo avanzaría puestos en nuestra primitiva sociedad, pero el intenso tráfico al que estamos sometiendo de nuevo a nuestras ciudades demuestra que el empresario y la administración pública prefieren tener a sus empleados y empleadas hacinadas en sus lugares de trabajo en lugar de cumpliendo sus objetivos en casa, como así se está consiguiendo en la mayoría de los casos, donde además se puede conciliar mejor la vida familiar y laboral y atender otras responsabilidades que nos hacen la vida más amable. Debería haber alguna ley que obligue a teletrabajar siempre que sea posible, reciclarnos y evitar de nuevo la contaminación que provoca tanto motor, tanta rueda desplazándonos innecesariamente de un lugar a otro, fomentando que nuestro planeta sea un estercolero. Tendrá que seguir defendiéndose de esa continua agresión, y ojalá no lo haga a través de nuevos virus que acaben con el agresor, el ser humano, de forma definitiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario