Guion y dirección Sam Levinson Fotografía Marcell Rév Música Labrinth Intérpretes Zendaya y John David Washington Estreno en Netflix 5 febrero 2021
Hijo de Barry Levinson, el director de Rain Man y Bugsy, Sam Levinson se ha hecho particularmente célebre por la serie de televisión Euphoria, donde retrata el día a día de un grupo de adolescentes y sus traumas y problemas. Antes dirigió a un puñado de estrellas en la comedia dramática Another Happy Day y se graduó con Nación salvaje, una vuelta de tuerca posmoderna a la leyenda de las brujas de Salem. Como si rescatara al personaje que interpreta la misma Zendaya en la citada Euphoria, desintoxicada y enamorada, la encierra con su flamante pareja director de cine en una lujosa mansión rodeada de bosques tras el estreno de su ópera prima y la correspondiente fiesta de celebración. Una pareja joven y sofisticada que encuentra en una profusa y pedante dialéctica el arma con el que construir una pieza de cámara que pretende analizar las relaciones de pareja, el apoyo y el desgaste, el amor y el odio, y mucha rabia. De hecho uno agradece que vivan aislados, porque solo pensar en la molestia que sus continuos griteríos serían capaces de provocar en una comunidad vecinal, hace que se pongan los pelos de punta.
Más cerca de John Cassavettes, que también dedicó una película a una Noche de estreno, aunque con intenciones dramáticas muy distintas, que de Bergman, cuya Secretos de un matrimonio quedará siempre como lúcido retrato de las relaciones de pareja, Levinson apoya toda su dramaturgia en el esfuerzo denostado de sus intérpretes, con John David Washington (Infiltrado en el KKKlan, Tenet) paseando su egocentrismo de director aclamado hasta por críticas que él considera estúpidas por centrarse en aspectos relacionados con la lucha combativa afroamericana que él evita - ¿por qué no me comparan con William Wyler en vez de Spike Lee o John Singleton? se pregunta – y viendo cómo el cabello Zendaya se va progresivamente ondulando, recuperando los rizos propios de su raza, tras haberlos sometidos al planchado con el que tantas parecen querer borrar esa seña de identidad.
Poco más hay que reseñar en una película que encierra a sus dos únicos protagonistas en un solo espacio, eso sí manejando muy bien la cámara, y los obliga a pronunciar discursos sin fin, en su mayoría bajo los síntomas de la rabia más desatada, sin lograr hacer un análisis más certero de la vida en pareja que la de someterlos a un continuo litigio y su posterior reconciliación, una y otra vez, mientras la ensalada se condimenta con un puñado de buenas canciones.
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