La sinfonía de Vanhal con la que arrancó el concierto dejó ya clara la estética imperante a lo largo del mismo, la influencia del Sturm und Drang, ese ímpetu tormentoso ampliamente desarrollado en las artes de la segunda mitad del siglo XVIII. Fuerza desgarradora y dinámicas muy contrastadas que acompañaron en el allegro inicial de una Sinfonía en re menor agradable pero convencional, nada que ver con el sensacional primer concierto de los cinco que Mozart compuso para el violín como solista, y que sirvió a Sato para recrear su sonido uniforme y preciso, y desarrollar un sano pero mecánico virtuosismo, dominado como si fuese un apéndice de sí mismo, pero en el que echamos en falta una mayor dosis de expresividad. Aunque podemos afirmar que suena sincero y natural, a veces la imperfección acompañada de emoción añade más valor que una interpretación técnicamente impoluta.
De Dittersdorff se optó por una pieza de cámara, el minueto de su Cuarteto nº 5, en el que el primer violín luce muy por encima del resto de instrumentos, en este caso emulando ese Cuarteto celestial (Heaven’s Quartet) que bautizó al concierto y que hace referencia al conjunto recordado por Kelly. De esta forma la participación de Mercedes Ruiz al violonchelo, José Manuel Navarro a la viola y Leo Rossi al segundo violín fue de mero acompañamiento, frente a un rutilante Sato entregado con fuerza y energía a llevar la parte solista de la obra. Para terminar se eligió de Haydn su Sinfonía nº 45, quizás no una de las más aclamadas y representativas pero que encierra en su final el simpático juego que le merece el sobretítulo de Los adioses y le da significado, ya que ilustra el hartazgo de los músicos del príncipe Esterházy ante la dilatada temporada estival de 1772, y se resuelve con el paulatino abandono de los integrantes de la orquesta al final de la pieza, en ese insospechado adagio que Sato convirtió en quinto movimiento al separarlo considerablemente del presto final, y al que los músicos de la Barroca y él mismo añadieron mucha comedia. A destacar también en esta pieza el mimo con el que abordaron su elegante y delicado minueto, coronado también con un curioso e inesperado acorde final.
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