Felicidades al jerezano Ismael Jordi y la granadina Mariola Cantarero por alcanzar veinte gloriosos años en la lírica, revalidar su relación de cariño y amor con el público sevillano que tanto les ha visto crecer, y mantener tan buena salud artística. Pero felicidades también al Teatro de la Maestranza por haber confiado siempre en estas dos rutilantes estrellas andaluzas y luchar contra viento y marea para que esta esperada celebración no se quedara en el limbo de lo imposible, como ha ocurrido con tantas malogradas citas del pasado año. Y felicidades desde luego al público que pudo asistir a este concierto matinal, porque fue todo un privilegio disfrutar tanto entre las paredes de nuestro querido templo.
Jordi nos invitó a pasar una mañana estupenda y vaya si lo hicimos, tanto como nos permitió la emoción que flotaba en el ambiente. Y es que el tenor jerezano sigue llevando a Kraus por bandera, no importa los años que hayan pasado desde que aprendiera del maestro canario. Cada vez que tiene ocasión vuelve a homenajearlo, lo que le honra como agradecido discípulo y emociona a quienes tanto echan de menos su inimitable voz, como nuestra querida Emilia Matute, fiel al Maestranza desde su inauguración, y en quien yo particularmente no dejé de pensar como inmejorable representante de ese nutrido colectivo krausista del teatro. Jordi desgranó una vez más arias tan ligadas a él como Tombe degli avi miei de Lucia di Lammermoor y Pourquoi me réveiller de Werther, ambas entonadas con profundo sentimiento y exquisito gusto, claridad en la emisión y extraordinaria proyección, con fuerza y mucho carisma. También con gran emoción desgranó el resto del programa, la segunda parte reservada a la zarzuela, como suele ser habitual en este tipo de recitales patrios. Sin excederse en temperamento, Jordi regaló unos Por el humo y No puede ser de enorme calidad, elegante fraseo y clara dicción. La sorpresa llegó en los bises en forma de Se nos rompió el amor de su paisano Manuel Alejandro, una canción que hizo suya a pesar de estar tan ligada a su legendaria intérprete, la Jurado, y con la que consiguió ponernos la carne de gallina.
Gracia que le sobra a la soprano granadina, derrochando tanta fuerza dramática en Oh nube che liebe de Maria Stuarda, como garbo y sensualidad en la popular Gavota de Manon, que Aguirre acompañó no solo al piano sino a los coros, convenientemente abreviados, como las partes instrumentales, para su interpretación en recital. También con la zarzuela que Fernández Caballero dedicó al vino, Chateaux Margaux, aprovechó la granadina para exhibir glamour y coquetería, cuidando siempre hasta el más mínimo detalle en su perfecta entonación y esa capacidad que tiene para controlar la emisión y el volumen de su generosa voz, capaz de sobrecogedores agudos. En las propinas, que ocuparon prácticamente un tercer bloque del recital, entonó con mucho sentimiento la canción de Los emigrantes, Adiós Granada mía, así como una notable versión de la célebre copla Y sin embargo te quiero. Fernández Aguirre, siempre tan inquieto y comprometido, de quien a finales de mes veremos su particular revisión y recuperación de la ópera de Manuel García Le cinesi, acompañó al piano como nadie mejor que él sabe hacerlo, con respeto y admiración, la que así mismo le profesaron los dos inmensos artistas que añadieron luz a una mañana de sábado ya de por sí radiante.
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