Dirección Alfonso Sánchez Guion Ana Graciani Fotografía Fran Fernández Pardo Música Pablo Cervantes Intérpretes Alberto López, Estefanía de los Santos, Alfonso Sánchez, Joaquín Ortega, Marta Tomasa, Fernanda Oranzi, Josep María Riera, Fina Rius, Mila Fernández Estreno 31 enero 2020
Desde siempre los funcionarios y funcionarias han sido objeto de envidia y desprecio. Hay una práctica general de considerarlas personas vagas, de contar con unos privilegios laborales que poca gente disfruta, entre ellos unos horarios taxativos cobrados escrupulosamente cuando se sobrepasan, y ese carácter indefinido que con las últimas reformas laborales se han convertido en una quimera en este país. Pero nadie o poca gente repara en el esfuerzo sobrehumano que hay que realizar para alcanzar una plaza de funcionariado como tal, que después está el personal laboral y el contratado, con iguales derechos pero mucho menos esfuerzo para conseguirlos. Tampoco suele pensarse que el régimen del funcionariado debiera servir de modelo, y no de comparación agravatoria, para el resto de trabajadoras y trabajadores. En él no hay por ejemplo discriminación salarial por razón de sexo, y la inmensa mayoría de los cargos directivos y de responsabilidad lo ostentan mujeres.
Sánchez y López, tan sensibles en clave de humor a los problemas sociales que acucian a nuestro país, y más concretamente a nuestra comunidad autónoma, desde sus cortos de los compadres y su díptico El mundo es nuestro y El mundo es suyo, centran ahora su atención en esa búsqueda del vellocino de oro en el que se ha convertido obtener una plaza en la administración pública. El problema es que desde que confían a terceras personas sus libretos de sainete clásico adaptado al mundo contemporáneo, la empresa no funciona igual de bien. Así, a la frescura de los compadres y de El mundo es nuestro, siguió la divertida pero más decepcionante en términos generales El mundo es suyo, y ahora este inexplicable salto olímpico hacia atrás, que no tiene gracia-ni encanto. A una primera y prometedora escena, con una familia dislocada y divertida celebrando la obtención por el protagonista de una plaza de funcionario, sigue el descalabro, una ocurrencia grotesca y disparatada que nadie sabe llevar a buen puerto, ni el reparto, histérico, descerebrado y absolutamente sobreactuado, ni la situación, alargada ad nauseam, lo que ni su escueta duración consigue salvar, ni su vocación teatral mal encajada, ni su director, desbordado ante tanto despropósito.
Chistes mal encajados, una banda sonora asfixiante y omnipresente, imitando a Mancini pero de forma también desbocada y a menudo fuera de estilo, y un glosario de personajes arquetípicos y mal definidos logran rematar una mala faena, y mucho que lo lamentamos. Y lo peor es que pasada su ocurrencia inicial y punto de partida, al poco toda su supuesta crítica social y retrato coyuntural queda absolutamente diluida en favor de un espectáculo grotesco e infumable. Lo más acertado ha sido contar con el especialista Joaquín Ortega, que ostenta el récord Guinness de caídas por la escalera, para dar vida a la víctima de la función, garantizando las múltiples caídas a la que es sometido su improbable destino.
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