Dirección Rupert Goold Guion Tom Edge, según la obra “End of the Rainbow” de Peter Quilter Fotografía Ole Bratt Birkeland Música Gabriel Yared Intérpretes Renée Zellweger, Jessie Buckley, Rufus Sewell, Finn Wittrock, Michael Gambon, Richard Cordery, Royce Pierreson, Darcy Shaw, Andy Nyman, Daniel Cerqueira, Bella Ramsey, Llewyn Lloyd, John Dagleish Estreno en el Festival de Toronto 10 septiembre 2019; en Reino Unido 2 octubre 2019; en España 31 enero 2020
Es habitual desde hace un buen puñado de años que a la hora de abordar la vida de una gran estrella del espectáculo, se ahonde más en sus miserias que en su talento y aquello por lo que fueron célebres. La obra teatral de Peter Quilter en la que se basa esta película seguía también esa tendencia, centrándose en los últimos meses de vida de la inigualable Judy Garland, cuando protagonizó a la desesperada una serie de conciertos en el Londres de 1969, donde aun se le seguía apreciando, al contrario de lo que ocurría en Estados Unidos. Aquella obra, Al final del arco iris, pudimos verla aquí protagonizada por Natalia Dicenta en marzo de 2012, constatando ese modelo de biopic destructivo e inmisericorde que tanto contrastaba con aquel otro que imperó décadas atrás en el que se borraba todo elemento escabroso e incorrecto que pudiera dañar la imagen del o la homenajeada, y más bien se potenciaban todas sus virtudes. Ni una cosa ni la otra, el guion de Tom Edge y la dirección de Rupert Goold han tenido el acierto de encontrar el justo equilibrio entre la irrepetible artista que fue Judy Garland y su bien conocida traumática y traumatizada personalidad, gestada en una infancia dura y cruel, una madre egoísta y dominante, unos matrimonios a menudo desastrosos y un productor, Louis B. Mayer, tirano e inmisericorde, un lobo con piel de cordero como se le muestra en esta emotiva película.
Han tenido el acierto también de convertir un trabajo cerrado y claustrofóbico, casi de cámara, en una película abierta y luminosa, tan cien por cien cinematográfica que hace olvidar sus orígenes teatrales. Y todo ello con la colaboración inestimable de Renée Zelleweger, que no solo hace un gran trabajo de mimetización del que también es un cincuenta por ciento responsable un sensacional maquillaje, vestuario y dirección, sino que ha sabido transmitir todo ese dolor, melancolía y frustración que el personaje, tal como está planteado, demanda. Todo lo cual parece le vaya a reportar su segundo Oscar, esta vez como protagonista, algo paradójico si tenemos en cuenta que la propia Judy estuvo a las puertas de recibirlo en 1954 por Ha nacido una estrella y en 1961 por ¿Vencedores o vencidos?, siéndole en ambos casos injustamente arrebatado, y quedándole el consuelo de aquel Oscar especial en miniatura que recibió por El mago de Oz, cinta continuamente evocada en este drama existencial, desde los nostálgicos flashbacks en los que vemos dilapidada su infancia y juventud, hasta el emotivo final en el que una Judy completamente desgastada entona Over the Rainbow como himno de vida y recorrido emocional con un horizonte de esperanza incierto como destino. Por cierto que se ha optado porque sea la propia Renée Zelleweger quien entone las canciones con bastante acierto, en lugar de echar mano del recurrente recurso de remasterizar las interpretaciones originales, como se hizo por ejemplo en otro biopic de corazón y espíritu rotos, el que Marion Cotillard protagonizó de Edith Piaf en La vie en rose.
El tono sobrio y elegante que le ha sabido imprimir Rupert Goold, responsable de algunos telefilms y series de calidad como The Hollow Crown, y de una cinta en la que también primaba el buen trabajo de actores, Una historia real, protagonizada por James Franco y Jonah Hill, contribuye sobremanera a hacer de ésta una experiencia conmovedora en la que su protagonista recibe un trato tan justo como respetuoso. Todo, desde la dirección artística hasta la interpretación de todo el elenco, está dirigido a provocar esta sensación de melancolía y solidaridad con este juguete roto obligado a consumir estupefacientes desde corta edad y sumido en el alcohol por su debilidad personal y su sensibilidad emocional. Algo así como lo que le ocurrió a Pepa Flores, tan de actualidad tras recibir hace una semana el Goya de Honor, que supo retirarse a tiempo y curar en la intimidad sus heridas, manteniéndose firme incluso a la hora de decidir no recoger en persona dicho galardón, y que nos hace pensar en cierta similitud entre el despiadado régimen de trabajo en el Hollywood clásico y la propaganda fascista del régimen dictatorial que teníamos en nuestro país.
En Judy, más incluso que en Al final del arco iris, queda claro que en su caso primó sobre todas las demás una adicción, la que le unía al público y al arte, lo que hizo que tanto se le adorara y, como rezan los títulos finales de la película, probara que tenía un gran corazón. Por eso tampoco faltan, de manera tan elegante como el resto de la función, alusiones a esa legión de fans, muchos entre la comunidad homosexual, que forjaron su mito y valía, concretamente a través de un emotivo y sentimental pasaje en el que comparte cena con una pareja que como ella sufrió el precio de ser diferentes en una sociedad que no admite la distinción. Perdonen que me haya extendido tanto en esta reseña; mi padre adoraba a estos mitos del cine musical del Holywood dorado, y yo crecí con ellos. A él le dedico estas palabras sinceras y emocionadas.
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