Cuando se piensa en música contemporánea saltan a la mente estéticas y conceptos de vanguardia que poco tienen que ver con lo que habitualmente aborda nuestra Sinfónica cuando interpreta piezas de reciente composición. De esta forma, el Concierto para dos clarinetes y orquesta que estrenó en nuestro país Benjamin Yusupov, el director invitado en este sexto concierto de abono de la temporada, bajo el título Imágenes del alma, que también sirvió para bautizar el programa, dista mucho de poder considerarse vanguardista, aunque son muchas sus virtudes y no está exenta de soluciones aisladas que si no audaces sí podríamos considerar al menos avanzadas. Para llevarlo a buen puerto Yusupov contó con los clarinetistas gemelos que lo estrenaron en Tel-Aviv hace nueve años, cuando apenas tenían diecinueve, por encargo de la Sinfónica de Israel Rishon-Lezion. Los hermanos Daniel y Alexander Gurfinkel, israelíes de pura cepa, ofrecieron una explosión de juventud y teatralidad que contó con el respaldo y entusiasmo del público, potenciado por su literatura fácil, colorista y apabullante.
Más interesantes sus dos primeros movimientos que los dos últimos, la orquesta pareció disfrutar mucho con su amplia gama de dinámicas, el protagonismo que ofrece a casi todas las familias instrumentales, muy especialmente a la percusión, y su férrea arquitectura. El origen eslavo de toda la propuesta emergió ya desde unos primeros compases de los clarinetes en arabescos, con uno de los gemelos reproduciendo como un eco los sonidos del otro desde la trastienda, para poco a poco ir asomándose al escenario y acompañar ya en un incesante diálogo in crescendo, entre sí y con la orquesta, que los baña en misterio e inquietud. El scherzo siguiente aporta un carácter violento y desatado al conjunto, con pasajes realmente espectaculares y una inusitada exuberancia orquestal. Pero surge entonces un adagio blando y poco estimulante, con la cuerda punteada y los solistas reafirmando esos sonidos hebreos que ya asomaron en el movimiento anterior. El último movimiento es apabullante no en el mejor sentido del término, muy al estilo Ginastera, con un exceso decibélico que parece destinado a impresionar gratuitamente más que a generar emociones sinceras. Los jóvenes solistas demostraron en todo momento un dominio técnico absoluto del instrumento, una flexibilidad extraordinaria y una notable expresividad, acentuada luego en la propina, una generosa fantasía sobre temas del musical El violinista en el tejado de Jerry Bock.
Antes, Benjamin Yusupov dirigió a la ROSS en la versión más conocida e interpretada de Una noche en el monte pelado, la que Rimski-Korsakov reinventó a partir del material original de Mussorgski, tanto el compuesto en 1867 como el arreglado para su inserción en la ópera La feria de Sorochinsky. Pero la suya fue una dirección tan enérgica, con tanto nervio y capacidad para sustraer todo el misterio y el desgarro de la pieza, que por momentos parecía estuviésemos escuchando la versión que su autor no se atrevió nunca a estrenar, más austera y aterradora. Un festín para los sentidos que se repitió con las muy populares piezas que protagonizaron la segunda parte del concierto. Pero aquí la batuta perdió capacidad para marcar sutilmente la expresión y la narrativa que caracterizó la pieza de Mussorgski y gran parte de la suya propia, para entregarse a una manifestación de ruido y fuego no siempre tan adecuada como pudiera parecer. Aunque si bien del Capricho italiano de Chaikovski no se podía conseguir una versión más acorde a los sentimientos del autor, con claros planos sonoros y un evidente y equilibrado sentido del ritmo, peor fortuna corrió el Capricho español de Rimski-Korsakov, propenso al ruido y la parafernalia, lo que no obstó para que los y las integrantes de la ROSS dieran todo de sí y que el concertino Paçalin Zef Pavaci ofreciera unos solventes solos de violín.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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