USA-Alemania 2019 180 min.
Guion y dirección Terrence Malick Fotografía Jörg Widmer Música James Newton Howard Intérpretes August Diehl, Valerie Pachner, Matthias Schoenaerts, Karin Neuhäuser, Maria Simon, Michael Nyqvist, Bruno Ganz, Tobias Moretti, Martin Wuttke, Karl Markovics, Franz Rogowski, Florian Schwienbacher Estreno en el Festival de Cannes 19 mayo 2019; en Estados Unidos 13 diciembre 2019; en España 7 febrero 2020
Apenas dirigió cinco películas en cuarenta años, entre Malas tierras y El árbol de la vida, y todas se estrenaron en nuestro país religiosamente, y valga el término en toda su acepción tratándose de este singular director. Sin embargo a partir de esta última se entregó a una vorágine de estrenos casi anuales, algunos de carácter documental y experimental y dos largometrajes de ficción, Knight of Cups y Song to Song, que ni por estar protagonizados por rutilantes estrellas de Hollywood conocieron estreno comercial en España. Ahora llega por lo tanto su primer estreno entre nosotros desde To the Wonder, esta Vida oculta que narra los hechos reales que condujeron a un iluminado campesino austriaco al tormento y el éxtasis tras renunciar a prestar juramento de lealtad al Führer en plena guerra mundial. Un significativo objetor de conciencia que Malick utiliza para crear una pretenciosa fábula existencial, tan trascendental y poética en sus postulados como pomposa y pedante en sus resultados.
Lo más apreciable del conjunto es su tendencia a generar nuevas experiencias sensoriales combinando imagen y sonido como pocas veces se ha logrado en pantalla, lo que resulta en un espectáculo estético considerable, aunque en más de una ocasión parezca que pueda aparecer Julie Andrews entonando The Sound of Music en las verdes praderas de los Alpes autriacos. Mejor le hubiera ido a Franz Jägerstätter si hubiera decidido huir a las montañas ante la amenaza nazi, como hizo la familia Trapp en el clásico musical. Por el contrario este campesino con vocación de mártir decide, siempre según el misticismo imperante en el cine de Malick, someterse a un vía crucis semejante al que vivieron Cristo o personajes históricos como Juana de Arco, en un inexplicable contexto militar en el que de forma poco convincente los villanos alemanes empeñan mucho tiempo y esfuerzo en redimir al prófugo, sometiéndolo a un sinfín de tentaciones que reafirman su improbable y ciega confianza en un más allá dominado por el mismo Creador de los idílicos paisajes en los que disfrutan de una feliz existencia el protagonista y su enamorada esposa, junto a tres exquisitas querubinas que nunca crecen, ni en la imaginación del sufriente protagonista ni en la dura vida que sorprende a la aguerrida esposa, abandonada a trabajos en los que tanto se echa en falta la fuerza genuina del hombre en mayúsculas.
Tres horas necesita, entre imposibles encuadres y proliferación de ángulos complejos, el director de Días del cielo, La delgada línea roja y la insufrible El árbol de la vida, para contarnos esta historia de fe inquebrantable y espíritu combativo desde el pacifismo y la resistencia, en un ejercicio que personalmente me hizo recordar constantemente la preciosa carátula de uno de los primeros discos de Depeche Mode, A Broken Frame, ese marco roto por la maldad humana, el libre albedrío con el que el Catolicismo justifica el continuo quebranto de la belleza divina que provoca el hombre con su tiranía y villanía innatas. Al menos esta vez la prepotencia del director, del que siempre adoraremos esos Días del cielo que valió un Oscar a Néstor Almendros y dejó a las puertas de otro a Ennio Morricone en su primera nominación al premio de la Academia, no se ha traducido en desprecio de la música original compuesta por James Newton Howard, como sí hizo con James Horner a propósito de El nuevo mundo y Alexandre Desplat con El árbol de la vida. Es sí, hace compartir la lírica y etérea música de Howard, con violín solista protagonista, con su habitual lista de grandes éxitos trascendentales de la música clásica, desde Pärt a Górecki pasando por Bach, Händel y Dvorák. Demasiado para el cuerpo, no digamos ya para el espíritu.
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