El caso de Alexandra Dovgan recuerda al de Eugeny Kissin, que con solo trece años dejó atónito al público de Moscú con su interpretación de los dos conciertos de Chopin. Eran otros tiempos y aquel niño prodigio no tenía que enfrentarse a los prejuicios que hoy suscita razonablemente su pueblo, cuando nos encontramos en plena invasión salvaje, injustificada e inhumana de su país al vecino. Pero ella es quizás demasiado joven para reprocharle nada, y haber justo aterrizado de un concierto en Palma de Mallorca que dedicó a los y las refugiadas de Ucrania, le redime. Pero sobre todo lo hace ser una excelente pianista, tan disciplinada y entregada que fue capaz de tocar todo el concierto, cuatro propinas incluidas, de memoria. Y aún más, fue capaz de entrar en el interior de cada partitura, analizarla y hasta deconstruirla, sin quedarse jamás en la epidermis, como si fuera una pianista muy experimentada. Si logra seguir una carrera constante y fluida, no nos cabe duda de que logrará penetrar todavía más en la música y extraerle más detalles y matices expresivos. Pero de momento ya es digna de asombro y admiración.
Su particular viaje se inició con la muy transitada Sonata nº 17 de Beethoven, que alguien bautizó como Tempestad, en parte por esa atmósfera inquietante resultado de una etapa vital algo tormentosa para el autor. Pareció que su arranque fuera algo mecánico y hasta raquítico, que careciera del nervio y el ímpetu acostumbrados, lo que no deja de ser curioso teniendo en cuenta que fue precisamente eso, el ímpetu juvenil, lo que dominó el resto del concierto. Pero a partir de ahí surgió el Beethoven dramático, de fuertes contrastes, otra característica de su estética expresiva, generando la intriga y la ansiedad que demanda la página. Tras un adagio muy sutil, meditado y sin concesiones a la mera belleza, logró que el allegretto tuviera suficiente embrujo y capacidad hipnótica, apoyada siempre en un inteligente juego de dinámicas y un fuerte contraste entre sus pasajes más líricos y los contundentes acordes que caracterizan su solemne final.
Romanticismo sin sentimentalismo
Aunque menos popular que el Carnaval Op. 9, el de Viena que Schumann compuso cinco años después está lleno de color, entusiasmo y algún que otro desafío difícil de superar incluso para cualquier pianista consagrado. Con esta especie de suite Dovgan logró un trabajo muy aseado, cristalino y metódico. Aquí asomó el virtuosismo técnico habitual en intérpretes jóvenes e impulsivos, con profusión de disonancias tan inquietantes como sugerentes, pero sin estrépitos superfluos ni agilidades desbocadas para provocar un fuerte impacto. Sorprende que no se dejara tentar ni siquiera por la profunda melancolía del breve romance, procurando en todo momento no caer en ese sentimentalismo que a menudo acompaña a estas piezas tan inequívocamente románticas. Tras un hábil y muy sincopado scherzino y un intermezzo fluido y vertiginoso, pero en el que echamos en falta una mayor dosis de emoción y sentimiento, logró con el final un trabajo muy animado y técnicamente extenuante.
Las cuatro baladas de Chopin las abordó desde la comprensión máxima, procurando penetrar en su universo poético y mezclando con habilidad elementos dramáticos y puramente líricos. Se detuvo considerablemente en los aspectos estéticos de la primera, sus numerosas innovaciones de estilo y temas expansivos, pero sin pasar de puntillas, intentando siempre entender su componente emotivo. Resultó algo más dramática, si bien no suficiente oscura ni inquieta, en la segunda, destacando como en el resto del programa sus finales llenos de ímpetu y determinación. Tras una también impecable tercera balada, logró con la cuarta otro prodigio de limpieza y variedad cromática, sorprendiendo una madurez expresiva suficientemente controlada como para no caer en el hedonismo que compaña en muchos casos la interpretación de la música del genial compositor polaco. Con el público en pie y entusiasmado, ofreció hasta cuatro propinas protagonizadas por Rachmaninov y Chopin entre otros. Su mentor, Grigory Sokolov, nos pidió que no la viéramos como una niña prodigio, sino como una consumada pianista, y así lo hicimos.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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