Guion y dirección Fran Kranz Fotografía Ryan Jackson-Healy Música Darren Morze Intérpretes Jason Isaacs, Martha Plimpton, Ann Dowd, Breeda Wol, Michelle N. Carter, Kagen Albright Estreno en el Festival de Sundance 30 enero 2021; en Canadá 15 octubre 2021; en España 1 abril 2022
Lo hemos visto como actor en películas como El bosque, La cabaña en el bosque o La torre oscura, y ahora Fran Kranz se ha pasado a la dirección, con un guion firmado también por él mismo, y los resultados son altamente estimulantes. Su experiencia también en el teatro le lleva a plantear un drama de cámara en el que prácticamente solo actúan cuatro personajes, dos parejas que se encuentran en una iglesia episcopal para exorcizar un trauma que les afecta desde dos polos radicalmente opuestos. Puede sonar a aquel Dios salvaje de Roman Polanski adaptando a Jasmine Reza, pero aquí el detonante del drama tiene una mayor envergadura, la contención domina la función y la intención es otra muy distinta. El servicio que según cada país ofrecen las instituciones o servicios jurídicos privados, consistente en confrontar las partes afectadas en un duelo a través del diálogo y la reflexión, se traslada aquí a una iglesia, y más concretamente a una habitación preparada para eso y presidida por un gran crucifijo, en lo que es toda una declaración de principios e intenciones, pues conceptos tan religiosos y castrantes como la culpa y el perdón se erigen aquí en cuestiones sujetas al análisis y la crítica.
El detonante es una de esas tragedias muy americanas y algunos de los grandes pecados, puestos a utilizar terminología judeocristiana, que acucian a una sociedad que en su opulencia y soberbia provocan preocupantes enfermedades sociales. Pero aquí lo que verdaderamente importa es la palabra como medio para el diálogo y el entendimiento. Cada parte persigue un fin, y la palabra se convierte en el arma para conseguirlo. Se trata pues de una reclamación de diálogo en lugar de violencia, de comprensión en lugar de obcecación, de evitar males mayores cuando la cultura, la educación y el sentido común nos han regalado instrumentos para paliar las consecuencias de nuestras acciones y emociones. En este proceso catártico juegan un papel fundamental las magníficas interpretaciones de sus cuatro protagonistas, trabajos muy por encima de los que este año han merecido reconocimientos en forma de premios y nominaciones, especialmente en unos Oscar más decrépitos cada temporada. En este sentido merece destacarse la recuperación de Martha Plimpton, protagonista de Los Goonies cuando aun era una niña.
También merece destacarse el trabajo de Kranz al guion, por su capacidad para someter a un delicado análisis estos conceptos tan asociados a la religión, entre los que también se encuentra la confesión, y que tanto daño hacen a nuestro desarrollo como seres humanos capaces de afrontar la tragedia desde unos parámetros más conciliadores. Finalmente juega también un papel importante el espacio, bien sea esa iglesia y s particular habitáculo, rodeado de naturaleza, quietud y espiritualidad, con aquel campo de fútbol oscurecido y filmado en un elocuente formato cinemascope, el mismo que preside la pantalla una vez entrada la fase final de catarsis y liberación, tras dos primeros tercios en formato más reducido y compacto (16:9). Toda esa riqueza dramática y estructural se encuentra en esta película cuya título invita ya a la reflexión, que igual se traduce por misa, reunión o masificación, tres conceptos presentes en tan elocuente e inmersiva ópera prima. Presentada en Sundance, obtuvo en el Festival de San Sebastián el premio del jurado joven.
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