Resulta desalentador que después de treinta años de esfuerzos ímprobos por parte de gestores e instituciones, el Maestranza ofrezca un aforo tan decepcionante como el que concitó anoche a la cada vez más escuálida afición sevillana. No es que el teatro estuviera vacío, pero puede que solo alcanzara poco más que la mitad de su aforo, y eso, tratándose de una cita que debiera ser ineludible por dos motivos fundamentales, tratarse de un concierto de nuestra estupenda orquesta joven y darnos la oportunidad de disfrutar con uno de los sinfonistas más ilustres de la historia, es sencillamente imperdonable. Es cierto que desde la crisis del 2008, y con todo lo que ha venido después, no se ha logrado levantar el ánimo y mucha de la afición que se había conseguido gestar desapareció como el humo, pero no podemos seguir justificándonos con esa desgracia para aceptar esta paulatina derrota de la cultura en una ciudad tan arraigada en ella.
El cuerpo sinfónico de Bruckner no está al alcance de cualquiera; son pocas las batutas que consiguen grandes resultados con su mastodóntico y complejo universo, ya sea desde un punto de vista técnico como expresivo. Más difícil lo tiene una orquesta todavía poco experimentada y de plantilla tan cambiante como la Joven de Andalucía, aunque al frente se ponga un director tan acreditado, con un currículo tan solvente como el de Domínguez-Nieto. Y sin embargo los resultados no pudieron ser más satisfactorios. La Séptima de Bruckner exige una extrema claridad en su arquitectura y una plenitud irradiante en la exposición de sus múltiples temas. Es importante además que su interpretación acierte a recrear ese espíritu wagneriano que la informa. De todo eso hizo buen acopio la extensa plantilla con que la OJA regresó este año al Maestranza, después de que la pandemia le obligara a celebrar su cita del pasado año en el Central.
Una página profunda y hermosa
Ya en el arranque del concierto, con un homenaje a las víctimas de la guerra, especialmente a las personas refugiadas de Ucrania con las que los y las jóvenes de la orquesta coincidieron en su retiro de Pilas, en forma del muy recurrente para estos menesteres Adagio para cuerdas de Barber, Domínguez-Nieto hizo una estupenda demostración de relieve y músculo, con dinámicas muy controladas y contrastes muy medidos. De todo eso se hizo eco también su versión de la sinfonía bruckneriana, que atacó con un encomiable sentido del equilibrio, logrando tanto comprensión formal como fluidez y agilidad en el fraseo y riqueza en las texturas. La suya no fue una Séptima colmada de sutilezas, pero tampoco resultó estridente ni apelmazada. Logró extraer de la joven plantilla un sonido homogéneo, imbuido de fuerza y energía, algo áspero en la cuerda aguda pero jamás desentonada ni fuera de estilo. Así arrancó la cuerda tremolante en un primer movimiento de admirable plasticidad y atmósfera etérea que acabó con un gran y apoteósico calderón en la mejor tradición del anillo wagneriano. Continuó luego con un adagio solemne y muy reflexivo, con más intensidad dramática quizás que pura desolación, un efectivo desarrollo contrapuntístico y un espléndido trabajo en los metales, coronado por ese polémico golpe de platillos muy bien controlado, y un apabullante crescendo final que sin embargo no malogró la trasparencia y el relieve del conjunto.
El scherzo se resolvió con ritmo precipitado e inusitada energía, un desarrollo tumultuoso y un logrado contraste con el apacible trío central, derivando a un finale de firme y férrea arquitectura, un sensacional trabajo en las trompas y una adecuada atmósfera cálida que culminó con el último y apabullante crescendo sin caer nunca en la estridencia ni el mal gusto. Una vez más quedó demostrada la disciplina y enorme capacidad de esfuerzo y trabajo desplegado por estos jóvenes músicos. Que gran parte del público aplaudiera tras cada movimiento demuestra una búsqueda incesante de nuevo público capaz de sustituir al que tanto echamos en falta en estas citas ineludibles. Como viene siendo habitual al final de sus conciertos, la plantilla se lanzó a una anticlimática pero muy elocuente fiesta, ya sin batuta, con el pasodoble Amparito Roca.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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