Considerado por mucha gente como el sucesor natural de Jean-Pierre Rampal por su técnica depurada, su elegante fraseo y esa cálida fluidez que imprime a la flauta, características comunes que informan a la llamada Escuela francesa, Benoît Fromanger protagonizó anoche en el Maestranza la tercera de las citas del ciclo Solistas y maestros de la Sinfónica, con resultados que avalan su buena reputación pero abren la desconfianza ante su trabajo, también muy reconocido, como director con algo interesante y diferente que decir. En uno de los más breves programas que se recuerdan, y eso que Mozart lo hizo con sus repeticiones, repasó también obras de Fauré y Saint-Saëns, yendo de lo más popular, la Júpiter del compositor austriaco y la Pavana del autor del Réquiem más amable, a dos piezas para lucimiento de su instrumento menos divulgadas y nunca antes interpretadas por la ROSS.
Arrancó con una Pavana muy medida, vaporosa y en cierto modo estimulante, turbadoramente nostálgica y contenida, en la que dejó el protagonismo en manos de la flauta solista de la orquesta, que hizo un trabajo ejemplar muy en línea con la suavidad del entorno. El Romance para flauta y orquesta de Saint-Saëns es una breve y encantadora pieza que en Francia la estrenó Paul Taffanel, muy amigo del autor, y en la que destaca una atmósfera ligeramente inquietante que Fromanger sin embargo no acertó a plasmar, debido a su tendencia a una ensoñación y lirismo embriagador, aunque en sus manos la melodía se benefició de un fraseo fluido y un legato bien definido, igual que en la Fantasía para piano y flauta de Fauré, en la versión que Louis Aubert orquestó casi un siglo después. Pero en esta pieza Fromanger tuvo ocasión de lucir virtuosismo y músculo, con todo tipo de técnicas de fraseo y esa variada expresividad que el autor consideró al confiar su estreno también al legendario Taffanel. Junto al flautista, la orquesta respondió con la sensualidad y elegancia que sin duda el también director impregnó en sus indicaciones durante las sesiones previas al concierto.
Recurrir a la Sinfonía nº 41 de Mozart se ha convertido en una constante, y aunque pareciera que así podamos reconocer distintas lecturas, lo cierto es que la mayoría de las veces nos encontramos con interpretaciones aseadas y precisas como la de anoche, pero que poco aportan al imaginario global. La de Fromanger arrancó muy rápida y se instaló enseguida en ataques secos, golpes de timbal abruptos, grandes y superfluos efectos y considerables contrastes con los que emular una revisión historicista. Pero la melosidad de la cuerda aguda, el escaso relieve de la grave y la falta de un mayor empuje y dinamismo, hicieron fracasar un intento en el que sin embargo hemos de destacar la melancolía subyugadora del andante cantabile y la opulencia triunfante del final, resuelta con una mayor dosis de energía. En contraste con el solemne inicio del concierto, en el que se interpretó el himno de Ucrania en homenaje a las víctimas de este sinsentido, Fromanger agitó las palmas del público en orden a interpretar una propina, el adagietto de la Suite nº 1 de L’Arlésienne de Bizet, que haciendo patria comparó con el de la Quinta de Mahler.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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