Mercedes Ruiz agradeció sorprendida la generosa asistencia de público al concierto de anoche en el Turina, a pesar de la Copa del Rey. Claro que no a todos ni todas interesa el fútbol, y que quien sí lo haga sabía que podía enlazar la belleza de la música con el espectáculo del balón, tiempo había para ello. No era cuestión de perderse una nueva intervención de la soprano inglesa Julia Doyle en nuestra ciudad, y mucho menos cuando venía acompañada de toda una autoridad en el violín como es Cecilia Bernardini, de quien ya pudimos disfrutar hace cinco años en el Lope de Vega junto a The King’s Consort. A Cecilia la volveremos a ver en apenas un mes junto a su padre, el célebre director y oboísta Alfredo Bernardini en un nuevo programa de la Barroca. Acompañando a estas voces de soprano y violín estuvieron dos de los más reputados solistas de la orquesta, Ruiz al violonchelo y el siempre versátil y elegante Alejandro Casal alternando clave y órgano según la pieza.
Con una estructura prácticamente simétrica, perfectamente cerrada además con la propina, el recorrido comenzó con una lucida cantata de Vivaldi, Lungi dal vago volto, con Doyle sin tiempo si quiera para calentar la voz, ya que arranca in forte, desesperada y enérgica, para ir templándose en un recitativo que deriva en un aria de estilo andante y sofocado que la voz de Doyle, siempre instalada en el extremo agudo de su tesitura, condujo por senderos de fragancias insondables. En la segunda aria, Mi stringerai sí, todo se vuelve fogosidad y gozo, perfectamente expresado en una voz siempre atenta a matices, proyectada con generosidad, controlando el legato y haciendo gala de un fraseo bien definido y articulado. Esos fueron los derroteros por los que deambularon las gozosas aptitudes de Doyle, que encontró su punto álgido en el aria Auch mit gedämpften, schwachen Stimmen de Bach, acompañada con nervio fulgurante por Bernardini. También en la propina, el célebre Nulla in mondo pax sincera de Vivaldi, Doyle evidenció un férreo control de los recursos, aunque con ese tono discretamente estridente que caracteriza su rutilante voz.
Por su parte, Bernardini se mantuvo durante todo el concierto al pie del cañón, sin desfallecer en ningún momento, dejando claro su magisterio en la Sonata Op. 1 nº 12 de Haendel, que atacó con delicadeza y mucha ternura en el adagio y el largo y con energía y mucho fuego en los breves allegros, sin cambios evidentes de color, manteniendo siempre el tono justo y un sonido envolvente, generalmente sedoso y cristalino, muy trabajado a nivel expresivo, superando así toda posible dificultad que entrañan las cuerdas históricamente informadas. Tanto esta sonata como la de Bach debían en un principio enmarcar dos arias sueltas de cada autor formando un bloque, pero aplausos y afinación malograron el efecto. La falta por otro lado de indicaciones en el programa sobre la estructura de cada cantata propició además despistes en el público traducidos en inoportunos aplausos. El incontestable genio y nervio de la violinista italo-holandesa se vio perfectamente acompañado por Mercedes Ruiz y Alejandro Casal, que protagonizaron un bajo continuo de auténtico lujo, lográndose entre los cuatro un excelente póker de ases.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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