Concierto nº 6 de la 11ª temporada de la Orquesta Sinfónica Conjunta. Orquesta de Vientos de la OSC. Juan Bernal, saxofón. Camilo Irizo, dirección. Programa: Invocación para cinco percusionistas, de Manuel Castillo; Poème du feu pour grandeorchestred’harmonie, de Ida Gotkovsky; Obsessionelle para banda sinfónica y saxofón tenor, de Eneko Vadillo; Symphony nº 6 “Symphony for Band”, de Vincent Persichetti. Auditorio ETS Ingeniería, viernes 10 junio de 2022 |
Camilo Irizo al frente de la orquesta |
Ayer viernes la Conjunta culminó la que quizás pudiéramos bautizar como su temporada más ambiciosa, la décimo primera, con siete conciertos repartidos desde el pasado mes de enero en los que ha habido espacio para muchas disciplinas, desde el clasicismo y el romanticismo más absolutos hasta la vanguardia, la alternativa a posibles nuevos valores de la dirección, o monográficos centrados en la percusión y, como ahora y la segunda entrega de la temporada, en los vientos. Como en aquella feliz ocasión, esta orquesta de constante cambio de plantilla vio sus secciones de metal y madera considerablemente aumentadas, hasta alcanzar la de toda una sinfónica de grandes proporciones, para enfrentarse a otro de esos extraordinarios programas a los que nos tienen acostumbrados y en los que tienen cabida autores más próximos a la vanguardia o al menos a las estéticas que imperan en la actualidad.
Hay algo indiscutible que distingue a esta formación de otras de características similares que tanto abundan afortunadamente hoy en día. Puede que sea
la motivación, ese matiz tan importante e invisible que impregna el entusiasmo de sus artífices y que hace que se enfrenten a cada cita con el ímpetu, la disciplina y el relativo nivel de excelencia que consigue
programa tras programa el milagro. Como ya ocurriera en aquella ocasión
a finales de enero, también con Camilo Irizo a la batuta y un programa centrado en vientos, la Conjunta volvió a deslumbrar y a triunfar, y nosotros y nosotras volvimos a preguntarnos
por qué su presencia no es más habitual en otros espacios y manifestaciones más asentadas en el círculo cultural de la ciudad. A Juan García Rodríguez, su director titular y sin duda principal artífice de este fenómeno, solo lo hemos visto dirigir a la Sinfónica de Sevilla en una ocasión, y la Conjunta apenas se ha subido al escenario del Maestranza en un par de ocasiones. No es así como se cuida una institución que año tras año ha ido
desvelándonos su valía y el nivel técnico y artístico que han alcanzado nuestros jóvenes.
Gran sentido del espectáculo
Casi un centenar de chicas y chicos se dieron cita ayer tarde en el Auditorio de Ingenieros, ante unas gradas menos pobladas que de costumbre, pero suficiente teniendo en cuenta la hora, la fecha y el calor intenso que hacía. La orquesta se organizó de forma que las maderas se repartían entre la mitad izquierda y la línea frontal, los metales a la derecha, a excepción de las trompas, todas femeninas, situadas tras las maderas, y una pequeña sección de cuerda, tres violonchelos y dos contrabajos, junto a los metales, con una amplia sección de percusionistas al fondo. Estos últimos, en formación de cinco, se encargaron de inaugurar la velada, con una pieza de Manuel Castillo, quien justamente da nombre al conservatorio del que proceden la mayoría de estos y estas alumnas. Invocación es una obra que da mucho juego a timbales, tambor, xilofón o glockenspiel pero no sigue ningún discurso ni desarrollo concreto, limitándose a desplegar una serie de pasajes, algunos muy recogidos y otros más explosivos que los cinco intérpretes desgranaron con mucho sentido de la precisión y un encomiable trabajo en equipo. Tras ellos la amplia plantilla se enfrentó a una apabullante página, el Poema de fuego de la compositora y pianista francesa Ida Rose Esther Gotkovsky, donde se ensalza ese fuego de grandes proporciones que representa los primeros indicios de vida, y que en su segunda parte celebra al hombre como apoteosis de la creación. Una progresión de elementos épicos que entroncó a la perfección con la pieza precedente, centrada en sonidos primigenios que sirvieron así como introducción a la explosión de expresividad que representa la pieza de Gotkovsky, y que la extensa plantilla, comandada por el sabio juicio de Irizo, resolvió con una claridad y una riqueza de matices impensable en una formación en prácticas y más aún en una obra de tal envergadura que fácilmente podría caer en un caos y una algarabía tormentosa y desequilibrada.
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Juan Bernal, saxofonista excepcional |
Con el mismo empuje y excelencia se enfrentaron a otra obra descomunal,
Obsessionelle del malagueño Eneko Vadillo, habitual en los atriles de Zahir Ensemble y Taller Sonoro, y puntual en los de la ROSS. Aquí el ejemplar trabajo a todos los niveles de la orquesta tuvo que combinarse con la labor solista del
saxofonista, de insultante juventud, Juan Bernal, que logró desde la humildad y la timidez personal, levantar los pasajes en solitario con
una maestría y un empuje solo al alcance de los más consumados, estéticas jazzísticas incluidas. Una suerte de Ornette Coleman jovencito integrado en la
profusa y claustrofóbica orquestación de la exuberante pieza. Ya más convencional, la
Sinfonía para banda del norteamericano Vincent Persichetti, sexta de las nueve que compuso, puso de manifiesto el virtuosismo de la plantilla y su
perfecta combinación de ritmo, melodía y atmósfera. Con una estética muy próxima a Aaron Copland y, sobre todo, al compositor de bandas sonoras Alex North, Persichetti invoca en su partitura los grandes paisajes americanos, el espíritu elegíaco que un
espléndido solo de trompeta describe a la perfección, la vivacidad y el optimismo del
allegretto y un final en el que se dan cita texturas más gruesas, con un punto grotesco pero sin abandonar la elegancia y el ritmo que le informa, a todo lo cual
la orquesta respondió con intensidad y responsable implicación. Emociona comprobar la
capacidad de esfuerzo, trabajo y disciplina que demuestran con cada comparecencia los y las alumnas convocadas para ofrecer estos sensacionales conciertos.
Artículo publicado en
El Correo de Andalucía