viernes, 3 de marzo de 2023

JEANNE DIELMAN, 23 QUAI DU COMMERCE, 1080 BRUXELLES Mujer entre la cocina y el dormitorio

Bélgica 1975 193 min.
Guion y dirección
Chantal Akerman Fotografía Babette Mangoilte Intérpretes Delphine Seyrig, Jan Decorte, Jacques Doniol-Valcroze, Yves Biscal, Henri Storck, Chantal Akerman Estreno en el Festival de Cannes 14 mayo 1975; en Francia 21 enero 1976; en España 8 marzo 2023


Con apenas tres largometrajes de ficción en su haber, la realizadora belga Chantal Akerman estrenó en Cannes y después también en Venecia (eran otros tiempos en los que la exclusividad no jugaba tan fuerte), esta emblemática película que apenas cosechó algún éxito ni en estos certámenes ni en las salas de los pocos países en los que se estrenó comercialmente. Resulta elocuente que fuera en el Festival de la Isla de Faro, un lugar tan ligado a la figura de Ingmar Bergman, con cuyos silencios y estudios psicológicos tanto tiene que ver a su manera, donde obtuvo su mayor reconocimiento por aquel entonces, cosechando los premios a la mejor película y la mejor actriz. Fue aquel un jurado sin duda visionario, pues con el tiempo la cinta fue aumentando su reconocimiento y leyenda, hasta haber llegado al año pasado, cuando una encuesta realizada por la revista Sight & Sound a más de mil quinientos críticos, académicos y profesionales de todo el mundo, la encumbró al primer puesto de la discutible lista de las mejores películas de la historia del cine. Un puesto que durante muchos años ocupó Ciudadano Kane y algo menos otra cinta con música de Bernard Herrmann, Vértigo.

Sin menospreciar los méritos que sin duda tiene el film de Akerman, no podemos sin embargo obviar que en tiempos de tanta corrección política un trabajo con mensaje inequívocamente feminista debía alzarse contra todo pronóstico y haciendo honor a los tiempos que corren, con tal reconocimiento. Por ello la cinta por fin encontrará su estreno oficial en nuestras pantallas, tras cinco décadas limitada a circuitos especializados y alguna que otra filmoteca. Jeanne Dielman (y el resto del título o dirección postal de la protagonista) es una película dura, por lo que cuenta y por cómo lo hace, apelando a la paciencia del público, obligado a seguir el ritual diario de una mujer de la época, abnegada madre y ama de casa que cumple todos los cometidos por entonces requeridos a una mujer, señora y puta a la vez. Apenas hay diálogos a pesar de su largo metraje, pues ni siquiera su habitual interlocutor, un hijo estudiante mayor en apariencia de lo que pretende, abre apenas la boca, añadiendo más penitencia al sufrido y disciplinado espectador o espectadora. Tampoco el pasado de la protagonista, casada por exigencias de la 2ª Guerra Mundial, aunque treinta años atrás no parece poder cumplir la edad adecuada, resulta muy convincente. Viuda después, aprendemos a conocerla a través de esos trabajos domésticos que no ahorran metraje y que a lo largo de tres días, enmarcados en sus capítulos correspondientes, van mermando su actitud y resignación hasta tomar una decisión sorprendente y no por inesperada menos lógica.

Jeanne Dielman es por tanto una película singular, irrepetible y, a pesar de esa paciencia que exige, inquietante y subyugadora. Sin embargo su reconocimiento ahora como mejor película de la historia, al margen de resultar tan inmerecido como lo sería cualquier otro título ante tan inabarcable producción mundial, nos parece un desprecio al trabajo en equipo, que es lo que siempre hemos creído es el arte del cine. Una película tan austera y sencilla en su puesta en escena, pero compleja en su intención y plasmación psicológica, no responde más que a su principal artífice, en este caso una directora que se reserva un pequeño papel fuera de plano y que trabajó hasta el final de los días cuando en 2015 estrenó el documental No Home Movie dedicado a su madre Natalie, también superviviente del nazismo y encerrada en su casa de Bruselas, de donde no quería salir desde hacía mucho tiempo. Aunque en su vasta filmografía, donde se alternan cortos, largos de ficción y documentales, apenas sobresalen un puñado de títulos, incluido un interesante documental sobre Pina Bausch, casi treinta años antes de que Wim Wenders centrara su atención en la legendaria coreógrafa. Encontramos también grandes fiascos como ese Romance en Nueva York que unió a William Hurt y Juliette Binoche con pretexto de una empalagosa relación sentimental.

Gran parte del mérito de la película recae también en la actriz Delphine Seyrig, no en vano importante activista feminista durante gran parte de su vida, con quien volvió a coincidir por partida doble en 1986, cuando la dirigió en Golden Eighties y Letters Home. Esta aportación definitiva de la actriz francesa no deslegitima al conjunto de su concepto de cine pleno de autor, en el sentido de responsable máximo y único en la persona de su realizadora. Pero sobre la actriz recaen esas tres largas horas de tedioso ritual y el paulatino cambio de humor que conlleva ese inequívoco y contundente mensaje feminista que hoy parece haberse valorado para otorgarle un reconocimiento tan delicado y discutible.

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