El ciclo Alternativas de cámara que organiza en Teatro de la Maestranza en colaboración con Juventudes Musicales de Sevilla, contó anoche con dos jóvenes músicos sevillanos que protagonizaron un estimulante recital en torno a los amores correspondidos de Robert y la cada vez más presente en conciertos de cámara Clara Wiek Schumann, redondeado con la recurrente historia de amistad, para algunos amor no correspondido o platónico, que vivió Brahms cuando se unió como alumno a la familia de Düsseldorf. Una historia que ha conocido mil especulaciones y ha sido llevada al cine y la literatura, marcando una fuente inagotable para diseñar programas como éste con el que Varela y Fernández indagaron en la esencia del amor puramente romántico. El proyecto sirvió además de para disfrutar del buen hacer de la violonchelista y el pianista, para comprobar sus más que competentes aptitudes para el arreglo o la adaptación musical, pues tanto la selección de lieder que tocaron de Schumann como las tres romanzas de Clara originales para violín y piano, sufrieron las obligadas transcripciones, de las que fueron autores el joven utrerano y la violonchelista sevillana.
Myrten, el ciclo de canciones que Schumann dedicó a su esposa como regalo de bodas, pone música a poemas de diversos autores, de Burns a Goethe pasando por Rückert, Heine, Moore y Lord Byron, a diferencia de otros ciclos schumanianos centrados en un solo poeta. A lo largo de sus veintiséis entregas, Schumann va desgranando distintos estados de ánimo que reflejan a la perfección esa icónica dualidad de personalidad que exhibía el compositor, que le llevaba de mostrarse animado y confidente así como nostálgico y contemplativo. Fernández, de quien todavía guardamos el grato recuerdo que nos dejó en aquellas Noches del Alcázar de 2021 junto a su paisano Manu Brazo, presente anoche también en la abarrotada sala Manuel García, diseñó para la ocasión un coherente recorrido por nueve de esos lieder, unidos para dar continuidad a ese viaje emocional del que los intérpretes se hicieron eco exhibiendo tanto control técnico como fuerza expresiva. Entusiasta absoluto, Fernández actuó sin embargo manteniendo el respeto y la consideración debida a la violonchelista, una Rosa García Varela que acertó en sus largas frases melódicas, exhibiendo un sonido carnoso y opulento, de timbre convenientemente homogéneo y transiciones por lo general bastante correctas. Necesitaría quizás una mayor atención a los cambios de registro y al mantenimiento del tono justo para lograr una interpretación impecable. Ambos desgranaron sentimiento en el Widnung de apertura, y lograron darle al final, Zum Schluss el tono justo entre melancólico y trágico, pero fue con Der Nussbaum que alcanzaron el máximo de sus posibilidades, logrando plasmar con notable el espíritu trágico en su cometido. Solo con las dos partes del Lied aus dem Schenkenbuch tuvieron ocasión de relajarse y ofrecer un carácter más distendido.
Las tres romanzas que Clara Schumann compuso para el virtuoso Joseph Joachim son páginas de una claridad y una sinceridad absolutas, que el dúo desarrolló con buena actitud y considerable desenfado. Los enérgicos arpegios de Fernández en el andante inicial se mezclaron con naturalidad con el elegante fraseo de su compañera, que en el allegretto central (Mit zartem Vortrage) exhibió un tono manifiestamente melancólico y suave con notables agilidades en las profusas ornamentaciones. El contraste del piano burbujeante con las largas frases melódicas del violonchelo lograron un memorable final Leidenschaftlich schnell, rápido y centelleante. La única página original para los dos instrumentos convocados, la Sonata nº 1 en mi menor op. 38 de Brahms, se resolvió también con considerables dosis de lirismo y mucha responsabilidad, si bien puntualmente Fernández se mostró más tosco que en las obras anteriores, y Varela volvió a encontrar cierta dificultad en algunos cambios de registro y pérdidas también puntuales de tono. Sí acertaron en dar al conjunto ese estilo característico entre cálido y sincero que tiene la pieza, con Varela controlando con facilidad el legato en el allegro inicial, exhibiendo gracia sin afectación en el movimiento central, y desarrollando el allegro final con ese estilo fugado y esa vigorosa vivacidad que le informa. Fernández por su parte contribuyó de forma brillante a su voluptuoso e impactante final. En las propinas, un tema georgiano de enorme lirismo y carácter trágico, y una de las más célebres canciones de Frederic Mompou sirvieron para coronar este agradable encuentro.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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