viernes, 17 de octubre de 2025

LOS EXTREMOS TÉRMICOS DE SHISHKIN Y ALBIACH

Concierto nº 2 del Ciclo Sinfónico de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dmitry Shishkin, piano. Álvaro Albiach, dirección. Programa: Polednice Op. 108 B.196 y Sinfonía nº 7 en re menor Op.70 B.141, de Dvorák; Rapsodia sobre un tema de Paganini en la menor Op.43, de Rachmáninov. Teatro de la Maestranza, jueves 16 de octubre de 2025


Aunque el programa se anunció como Sinfonía eslava, acentuando el origen checo y ruso de los compositores convocados, lo cierto es que fue la influencia británica la que estuvo más presente en las partituras seleccionadas. La séptima, primera de las tres sinfonías que culminan con magisterio y brillantez el catálogo sinfónico de Dvorák, fue un encargo de la Sociedad Filarmónica de Londres que el compositor asumió intentando sustraerse al espíritu bohemio que se le suponía, para adaptarse a las corrientes germanas que tanto admiraba, especialmente su muy admirado Brahms.

La famosa rapsodia de Rachmáninov fue su último trabajo concertante para piano y orquesta, compuesto ya en su exilio estadounidense y plegándose a un estilo musical ampliamente abrazado en las islas británicas, tan apreciable por ejemplo en las composiciones cinematográficas inglesas de la época. La tercera de las piezas programadas fue quizás la que mejor respondió al espíritu convocado; eso y el carácter profundo, serio y tan sumamente mecanizado del pianista invitado.

Más técnico que emotivo

Si hay algo que caracterice a la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rachmáninov, además de su popularidad, lo que le ha llevado a ser programada en multitud de ocasiones, es su efusividad lírica y su extrema elegancia. Extraer estas virtudes de la partitura exige una expresividad poética y un lirismo que el joven ruso Dmitry Shishkin no fue capaz de poner en práctica, al menos en toda su amplitud.

Cabía esperar que el pianista hiciera gala de su escuela y tradición, pero no de manera tan extrema, como si retrocediéramos varias décadas. Arrancó nervioso e incluso algo inseguro, pero rápidamente se corrigió y se limitó a ser endiabladamente rápido, vertiginoso, a lo que Álvaro Albiach se plegó con acierto y profesionalidad. No cabe reprocharle sentido de la vitalidad y de la variedad de estilos y ritmos que la pieza atesora, pero no fue capaz de insuflarle esa riqueza lirica que contienen algunas de sus variaciones, especialmente la archiconocida y casi milagrosa número 18, que nos emocionó más en manos de la orquesta, bajo el lirismo que fue capaz de transmitir la batuta, que en el mecanicismo frío y distante de Shishkin.

El pianista es un auténtico entusiasta, como demostró ofreciendo sin tener que insistirle dos propinas, una de ellas con la técnica virtuosa y enfervorecida que le exige Prokofiev. Acertó más con las sonoridades sombrías que con las más dolientes de las variaciones, y no se le puede negar que estuviera a la altura en las efervescencias rítmicas que contiene la partitura, pero incluso entonces echamos en falta algo más de drama e intensidad emocional.


Una batuta intensa y dramática

En las antípodas de la frialdad rusa estuvo la fogosidad del director valenciano, que con ayuda del concertino asistente Juho Valtonen edificaron un Dvorák efusivo e intensamente dramático, primero con el poema sinfónico La bruja del mediodía, en el que fue perfectamente apreciable la narrativa de este tétrico cuento tradicional checo, lo que no es fácil porque tampoco el autor lo dejó meridianamente claro. A fuerza de contrastes y acentos, y unas transiciones tan medidas como suaves, Albiach logró una exposición brillante de la pieza, destacando el trabajo de las maderas, imponentes cuando el terrorífico personaje acecha, casi anticipándose a las corrientes expresionistas que aún tendrían años que esperar para imponerse.

Pero fue sobre todo en la magistral Sinfonía nº 7 donde pudimos apreciar un trabajo tan intenso y profundo del director y la orquesta, observándose claramente la intención de Dvorák respecto al universo brahmsiano. Una enorme carga de energía se adueñó del allegro maestoso inicial, con un tratamiento épico soberbio y un trabajo sobresaliente de los metales. Muy inspirado e igualmente ardiente resultó el poco adagio, con una excelente incursión de las trompas en ese sorprendente pasaje wagneriano central. Albiach supo extraer toda la carga poética de esta preciosa página, para a continuación mostrar el ritmo y la dicha del scherzo-vivace, única concesión clara a los orígenes del autor, y finalizar con un ardor exacerbado y dramático en el allegro final a ritmo de marcha, desembocando en una explosión de majestuosidad y optimismo.

Fotos: Marina Casanova
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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