viernes, 31 de octubre de 2025

UNA ROSS MÁGICA EN LAS EXPERTAS MANOS DE MICHEL PLASSON

Sinfónico 4: Le Grand Tour. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Lise Berthaud, viola. Michel Plasson, dirección. Programa: Harold en Italia Op. 16, de Berlioz; La Valse y Suite nº 2 de Dafnis y Cloe, de Ravel. Teatro de la Maestranza, jueves 30 de octubre de 2025


La última vez que pudimos disfrutar de la mano experta del veterano Michel Plasson fue en 2022. Dirigió entonces unas inolvidables funciones de Peleas y Melisande de Debussy. Un año antes dirigió frente a la ROSS un programa muy similar al que presentó anoche y repetirá hoy, la Sinfonía Fantástica de Berlioz y el Bolero de Ravel. Tres compositores fetiche del legendario y muy querido director, que ostenta desde hace tiempo el cargo de director honorario de la orquesta sevillana.

Reunir en un mismo concierto un viaje tan estimulante como el que propone Harold en Italia de Berlioz con dos piezas icónicas de Ravel, una muy divulgada en los atriles de la Sinfónica, La valse, la otra, menos frecuente pero de tal belleza y calidad que hace añorar que no se interprete Dafnis y Cloe, el ballet al que pertenece, en su integridad, constituye sin duda un gozo para cualquier persona aficionada a la gran música, la que nos une y nos hace más fuertes, seguros y felices. Eso y el cariño que se le dispensa al maestro fueron sin duda los detonantes para que este cuarto concierto del ciclo sinfónico de la ROSS registrara tan buena entrada, y a su principal artífice se le aplaudiera mucho y con tanto cariño y admiración.

Melancolía puramente romántica

La violista Lise Berthaud fue la encargada de incorporar al protagonista de este viaje sensual y atmosférico por tierras itálicas que propone Harold en Italia, de Héctor Berlioz. Esta es la primera vez que la artista también gala colabora con Plasson, que a sus noventa y dos años exhibió una fuerza arrolladora y una pasión inigualable para levantar con firmeza y precisión la compleja construcción que soporta tan magistral obra. Que Paganini rechazara estrenarla por exigirle demasiados parones, se evidenció en las aparentemente incómodas esperas que tuvo que sufrir la violista, frente a la exuberante orquestación de una pieza a la que Plasson prestó una esmerada atención.

Hace poco nos llamó la atención el entusiasmo con el que otro gran Michel afrontaba sus últimos conciertos en el documental Érase una vez Michel Legrand, y comprobamos que también Plasson pone toda su alma y corazón en aquello que seguramente da más sentido a su vida, la música. Sólo así se consiguen resultados tan extraordinarios, logrando de cada instrumento y conjunto una precisión extraordinaria, y de cada verso una emoción inusitada. Situar los violonchelos tras los violines y las violas debió influir en tan magnífico resultado, ampliando las posibilidades tímbricas y expresivas de una página con tanto color y relieve.


También las arpas estuvieron alejadas entre sí, con especial mención a una impecable Daniela Iolkicheva, mientras un violín fantasmagórico apareció de la nada, casi en las bambalinas, para fusionarse con la viola al final de tan cálido y efervescente viaje. Entre tanto, el punteado de los contrabajos, la fuerza de los trombones y las trompas, y la sensualidad de la cuerda, lograron efectos fascinantes, especialmente en una marcha de peregrinos absolutamente hipnótica, con delicados contrastes dinámicos y aportaciones también mágicas de la solista, especialmente unos acordes arpegiados premeditadamente metálicos y un punto estridentes. En la serenata, Berthaud logró pasajes llenos de ternura y calidez pastoril, hasta que en la orgía de bandidos final todos al unísono respondieron con una fuerza casi destructiva.

La sensualidad hecha música

Pocos como Plasson pueden extraer tanta sensualidad y magia de la música de uno de nuestros favoritos, Maurice Ravel. Nos puede parecer que conocemos La valse sobradamente, para que llegue un artista descomunal y nos haga oír y sentir texturas y síncopas nuevas, desconocidas. Es lo que pasó fundamentalmente en un arranque tan diseccionado y medido como el que ofreció Plasson con la inestimable ayuda de los maestros y maestras de la orquesta, absolutos expertos en la materia. A partir de ahí, pura sensualidad y una embriagadora vehemencia en los pasajes más dinámicos y enérgicos, todo un torbellino fantástico y, en cierto modo, fatal.

De la sinfonía coreográfica Dafnis y Cloe, Plasson interpretó la segunda suite, que prácticamente coincide con la tercera parte de la obra completa, pero sin coros. Una perfecta comunión con la naturaleza protagonizó la introducción, con aportaciones sensacionales de la cuerda grave. Con una inteligente mezcla de ternura e inquietud, Plasson insufló de sincero lirismo una pieza que así interpretada logra conmover hasta límites insospechados, para en el descomunal final describir una bacanal arrolladora y extraer nuestros instintos más primitivos y apasionados.

De manera insólita por tratarse de un concierto de abono, ante los arrebatados aplausos dispensados por el público, y visiblemente emocionado, Plasson ofreció una propina con forma de expresiva elegía, el adagietto de La Arlesiana de Bizet, pura delicadeza y conmoción espiritual.

Fotos: Marina Casanova
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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