Título original: Plaire, aimer et courir vite
Francia 2018 132 min.
Guión y dirección Christophe Honoré Fotografía Rémy Chevrin Intérpretes Pierre Deladonchamps, Vincent Lacoste, Denis Podalydès, Adèle Wismes, Thomas Gonzalez, Quentin Thébault Estreno en el Festival de Cannes y en Francia 10 mayo 2018
La cuota de cine gay en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, habitual pero innecesaria, se salda con un producto tan convencional y rutinario que provoca hasta vergüenza ajena. Si se trata de dar visibilidad al tema hay programas de televisión que cumplen con creces y a diario ese cometido. Si se trata de complacer a un sector de la población que de puro narcisismo ansía verse retratado en la gran pantalla, y apenas acude a una sala cinematográfica más que para ver reflejadas sus experiencias y vicisitudes, esta vez no le costará adivinar historias, personajes y situaciones mil veces vistas. Y si de lo que se trata es de realizar un trabajo en sí mismo narcisista y autocomplaciente, quizás ahí haya acertado su director Christophe Honoré, que a pesar de todo y vista su filmografía, ha firmado quizás su mejor trabajo hasta la fecha. Arquetípico y rutinario, Honoré filma con cierta desgana, a pesar de lo apuntado, la historia de amor entre un afamado dramaturgo y un joven bretón al que conoce en un cine viendo El piano de Jane Campion bajo la música de Michael Nyman. Guapos, sin pluma y promiscuos, no escapan del prototipo que hemos visto en mil producciones sobre el tema, mientras el conjunto se nos antoja más propio de un ambiente militante, al que no le importa que le cuenten una y otra vez la misma historia y de la misma y cansina forma, que del que busca historias nuevas y formas menos convencionales de contarlas. Hay tanto por descubrir y experimentar en el entorno gay que resulta inexplicable que se regrese siempre al mismo rollo, que de tanto prodigarse se ha vuelto conservador y reaccionario, más cuando todavía se practica el pudor a la hora de enseñar anatomía y sexo, restando naturalidad al conjunto. Encima se ambienta en los noventa para dar cabida al sida y sus lamentables consecuencias. Cursi y pedante en sus diálogos, recurrente en su definición de personajes y, lo que es peor, ausente de emotividad a pesar del tono trágico que pretende imprimirse a la historia (que no falte el aria de castrati cuando de melancolía se trata), acaba justificándose sólo como producto para engordar la programación de un festival gay-lésbico. Para colmo su protagonista, Pierre Deladonchamps, a quien vimos en El desconocido del lago y El hijo de Jean, resulta forzado en todos sus gestos y posturas, mientras Vincent Lacoste (Hipócrates) practica la pose sensual de forma casi irreflexiva, y Denis Podalydès (El buen maestro) pone la cuota madura y menos agraciada, el perfecto amigo, vecino y confidente.
Artículo publicado en El Correo de AndalucíaRUBEN BRANDT, COLLECTOR Animación húngara de proyección y calidad
Hungría 2018 96 min.
Guión y dirección Milorad Krstic Música Tibor Cári Animación Estreno en el Festival de Locarno 9 agosto 2018; en Hungría 15 noviembre 2018
Una película de animación en la sección oficial del Festival de Cine Europeo es un detalle para incondicionales de un género que cada vez ocupa más cuota de pantalla y mayor aceptación entre cualquier clase de público. En este caso se trata de una muy ambiciosa producción húngara de factura técnica y artística extraordinaria, lo que hace que se disfrute muchísimo como entretenimiento audiovisual. Milorad Krstic debuta así en el largometraje, después de realizar el corto también de animación My Baby Left Me. Con un portentoso talento para manejar secuencias de acción trepidantes y muy imaginativas, el guión que también firma cuenta una historia de ladrones de arte, coleccionistas obsesivos y traumas psicoanalíticos que provocan alteraciones del sueño, todo lo cual sirve para exhibir un sinfín agotador de referencias culturales. Así pasan ante nuestra retina detalles de pintores como Velázquez, Degas, Matisse, Botticelli, Hopper o Picasso, cuya estética parece haber informado el diseño de los personajes, directores de cine como Hitchcock, Chaplin o clásicos del documental ruso como Pacific 231, con el que arranca una producción trepidante de principio a fin. Mucha parafernalia, muchos artefactos y mucha acción, que sumado a todo ese torrente de citas y referencias, hace que el conjunto resulte agotador y excesivo, limitando la capacidad de atracción de una historia que no deja de tener su gracia e inventiva. Pero es en el diseño artístico, sus excelentes dibujos de inspiración en el cómic, y su extravagante imaginación, donde la cinta triunfa y no deja indiferente. Haber logrado además una trama que enganchara e hiciera reflexionar le habría supuesto quizás considerarla una obra maestra. De momento nos quedamos con su brillantez formal, su profusa documentación y su espléndida banda sonora, que ya el tiempo dirá si hay algo más que rascar.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
OBRA SIN AUTOR Atención en los detalles para encontrar la verdad
Título original: Werk ohne Autor
Alemania-Italia 2018 188 min.
Guión y dirección Florian Henckel von Donnersmarck Fotografía Caleb Deschanel Música Max Richter Intérpretes Tom Schilling, Sebastian Koch, Paula Beer, Saskia Rosendahl, Oliver Masucci, Evgniy Sidikhin, Ulrike C. Tcharre, Hans-Uwe Bauer Estreno en el Festival de Venecia 4 septiembre 2018; en Alemania 3 octubre 2018
Casi todo festival suele incluir en su sección oficial algún título de corte académico, menos arriesgado que el resto; el de Sevilla también lo hace. Este año le ha tocado a una película río del director de la aclamada La vida de los otros. Tras realizar en Norteamérica la fallida El turista, Florian Henckel von Donnersmarck regresa a su país para hablarnos de nuevo, en la que es su tercera película, de la Alemania del Este en los tumultuosos años del siglo XX en los que sufrió la sinrazón de los nazis y la censura del régimen estalinista. La cinta comienza con una exposición de arte degenerado (Entartete kunst), de cuya vertiente musical se hará eco el Maestranza en unos días para arropar el estreno de las óperas El dictador de Krenek y El emperador de la Atlántida de Ullman. Un arte que engloba todo lo que el régimen nazi consideraba que no favorecía a su causa y provenía de influencias modernas acuñadas por bolcheviques y judíos, en favor de un arte épico que ensalzara el espíritu heroico del nacionalsocialismo. Lo curioso es que con el reparto de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial, los rusos prohibieron igualmente todo arte que no encumbrara directamente el régimen y la lucha obrera, considerándose todo lo demás inútil y decadente. Malas tierras para quien quisiera dedicarse a la pintura buscando un lenguaje propio. Reprimido durante toda su juventud, el protagonista de esta cinta, un Tom Schilling de rostro inocente y aniñado, a quien vimos en Oh Boy y Napola, busca su propia identidad en un ambiente imposible hasta que tras huir a la zona libre lo busca, ya con menos trabas, en su interior y en su propio devenir histórico. Un argumento en el que vemos reflejada la sinrazón nazi contra el propio pueblo, el dolor sufrido por los mismos arios que no podían o no querían adaptarse al régimen, así como el ambiente de censura y totalitarismo al que fue sometido el pueblo vencido por parte del comunismo soviético. Tres horas ha necesitado el director en lo que parece una adaptación literaria sin serlo; tres horas que sin embargo entretienen e ilustran, transmiten la concepción que el arte ha tenido siempre como enemigo de los totalitarismos, como estandarte del libre pensamiento, y que muestran con caligrafía precisa y formas claras, clásicas y académicas, un período de la historia de Alemania que no ha de repetirse. Por eso es importante que se recuerde periódicamente, más cuando acierta a definir personajes maquiavélicos incapaces de asumir sus crímenes de guerra y convencidos de que hicieron lo correcto. Aunque la cinta camina peligrosamente por el filo del ridículo, no cae nunca en él, logrando emocionar con ayuda de unas interpretaciones correctas (a Schilling hay que añadir al protagonista de La vida de los otros, Sebastian Koch, y el descubrimiento de François Ozon en Frantz, Paula Beer), una cuidada fotografía del veterano Caleb Deschanel, y una esmerada banda sonora de Max Richter.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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