Reino Unido 2017 105 min.
Dirección Richard Eyre Guión Ian McEwan, según su novela Fotografía Andrew Dunn Música Stephen Warbeck Intérpretes Emma Thompson, Stanley Tucci, Fionn Whitehead, Jason Watkins, Ben Chaplin, Rupert Vansittart, Anthony Calf, Rosie Cavaliero, Nikki Amuka-Bird, Eileen Walsh Estreno en el Festival de Toronto 9 septiembre 2017; en Reino Unido 24 agosto 2018; en España 23 noviembre 2018
Recuerdo cuando emprendí la preparación de oposiciones a judicatura que me motivaba el hecho de ser una de las profesiones dentro del Derecho en la que más podía aplicar la creatividad, tratándose de una disciplina tan encorsetada en España por la letra de la ley. Aquella experiencia frustrada dejó de ser tal cuando comprendí que tal creatividad o libre interpretación distaba en este país de ser una realidad, que al final es el espíritu y la literalidad de los textos lo que se impone a la hora de aplicar justicia, y así lo hemos incluso podido comprobar en unos últimos tiempos en los que la justicia en nuestro país anda tan desligada del interés y la inquietud del pueblo, que a su vez elige de forma se supone que libremente al legislador, a quien en última instancia tan atados quedan los y las jueces. Algo parecido le ocurre a la juez protagonista de este melancólico film, una Emma Thompson extraordinaria que sabe como nadie expresar con sólo una mirada o un gesto todo tipo de emociones, aunque sean tan contenidas como las que es capaz de emitir su hermético personaje. Se trata de una mujer seca, dura e inflexible que encuentra en el emotivo caso de un joven condenado a una muerte segura por su condición de enfermo de leucemia y a la vez testigo de Jehová, un motivo para reflexionar sobre su propia vida y su relación con el hombre que más la ama, su esposo, a quien da vida con idéntica grandeza Stanley Tucci, haciendo suyo un personaje con toda la profundidad psicológica necesaria y sin aspavientos innecesarios. La magia del cine la encontramos en una secuencia crucial para la trama, cuando la juez visita insólitamente al joven en el hospital y ambos entonan una canción tradicional inspirada en textos de W.B. Yeats. Una secuencia que podría haber resultado ridícula pero que en manos de Richard Eyre, especialista en dramas intelectuales e intimistas como Iris, Diario de un escándalo y Crónica de un engaño, donde dirigió a Antonio Banderas, resulta conmovedora y reveladora, gracias también al excelente trabajo de adaptación de Ian McEwan según su propia novela, que ve el ya de por sí gran número de adaptaciones de su bibliografía (El placer de los extraños, El intruso, Expiación) aumentado este año con esta película y En la playa de Chesil. Juntos, con el inestimable trabajo de la pareja protagonista y el resto del elenco, especialmente el joven descubrimiento Fionn Whitehead y el veterano Jason Watkins dando vida al secretario de la juez, que más bien parece un criado full-time, logran un film de enorme sensibilidad, uno de los más tristes y elegantes de la presente temporada, que se beneficia además de la mejor partitura que le hemos oído jamás a Stephen Warbeck, ganador del Oscar en 1998 por Shakespeare in Love. Un film en el que parafraseando al personaje de Thompson, los corderos consiguen quitarse el disfraz y mostrar sus sentimientos. Lo raro es que haya estado escondido en el cajón desde su estreno en Toronto en septiembre de 2017 a su estreno en el Reino Unido en agosto de este año.
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