Guión y dirección Almudena Carracedo y Roberto Bahar Fotografía Almudena Carracedo Música Leonardo Heiblum y Jacobo Lieberman Documental Estreno en el Festival de Berlín 17 febrero 2018; en España 16 noviembre 2018
En una secuencia de la serie Merlí una profesora le encarga a su alumno como trabajo de fin de curso que demuestre que Franco es un zombi, aclarándole que se trata de descubrir los mil y un vestigios del franquismo que aún perduran en nuestra sociedad, nombres de calles y plazas incluidas. Es cierto, somos vergonzosamente uno de los pocos países de nuestro entorno que no ha destruido todos los símbolos de una dictadura y no ha hecho justicia ni la ha facilitado a sus víctimas, que han acumulado rabia y dolor en todos estos años que han pasado desde la muerte del monstruo. Hay películas que son necesarias, incluso diría que imprescindibles, por sí mismas, por lo que cuentan o denuncian, más si encima están hechas con el rigor y la sobriedad que emplean Almudena Carracedo y Roberto Bahar, con el apoyo en la producción de Pedro Almodóvar, en su relato y puesta en escena. No necesitan virguerías ni grandes alardes técnicos ni estéticos o de estilo para contarnos las sencillas y dolorosas historias de los personajes a los que han seguido durante seis años, algunos de los cuales se han quedado en el camino de este durísimo peregrinaje a las entrañas de la verdad y la reclamación de una justicia mínima que este país indecente les ha negado sistemáticamente hasta ahora. Una vez más se trata de un producto que verán quienes no necesitan concienciarse sobre los terribles hechos denunciados, y será despreciado por quienes se niegan a cualquier compromiso con nuestra memoria y prefieren echar un tupido velo como el que hace cuarenta años echaron todas nuestras fuerzas políticas argumentando que era el único camino hacia la reconciliación definitiva. Una cinta que debería ser de visión obligada en el parlamento, muy especialmente por los partidos de extrema derecha que proliferan, aunque sólo sea para ver cómo se ríen y potenciar así todavía más su indecencia y poca vergüenza. No contaron esos firmantes de la amnistía tras la muerte de Franco, que como él mismo dijo lo había dejado todo bien cerrado y aunque algo se le torció (Carrero Blanco) los años parecen estar dándole la razón, con los cientos de miles de españoles y españolas que no tuvieron consuelo ni justicia y han seguido sufriendo la impotencia y la frustración durante décadas en un país que no ha tenido la decencia de combatir los fantasmas del pasado ni la compasión que como mínimo merecía parte de su ciudadanía. Un gobierno no lo es sólo para quienes lo han votado, ha de escuchar a todos los colectivos y todas las minorías, a quienes también gobiernan, algo que en España se ha obviado vil e inhumanamente. Almudena Carracedo se va erigiendo poco a poco en voz de los desfavorecidos; lo hizo antes con mujeres inmigrantes en Estados Unidos en Made in L.A. y ahora con este tremendo documental, sencillo en las formas pero muy complejo en el fondo, pues aunque denuncie lo que ya sabemos, es cierto que dejar constancia de ello en una película lo hace perdurable para la posteridad y sirve al menos de consuelo para quienes no lo han recibido de quienes se suponen les protegen. Víctimas de la guerra civil y la dictadura que no han podido enterrar a sus seres queridos; víctimas de torturadores como Billy el Niño, que vive en el lujo auspiciado por este estado democrático; víctimas del robo de sus hijos, dados por muertos y entregados en adopción a familias más afines al régimen o al catolicismo; víctimas de la ignominia de residir en poblaciones que aún recuerdan la grandeza del régimen franquista en la nomenclatura de sus calles y plazas; víctimas de cuarenta años de silencio que sacrificaron al único juez decidido a plantar cara al asunto dentro de un sistema judicial al que los últimos acontecimientos han terminado por desenmascarar y quitarle toda la credibilidad que quizás le quedaba. Víctimas en general que han tenido que refugiarse en el derecho internacional y someterse a la jurisdicción argentina, celebrando cada pequeño avance como si se hubiera ganado una gran batalla, con toda la ingenuidad e inocencia que ello conlleva. Dolor, mucho dolor... ¿acaso no es nuestra obligación consolar al afligido, asistir a quien sufre? No se puede reabrir heridas que no han cicatrizado. Si uno no se conmueve con este trabajo que tanto esfuerzo ha debido suponer para sus artífices y los zombis a los que retrata y da voz, es que no tiene sangre en las venas. Y aún hay quien dice que está todo muy medido y calculado para tocar la sensibilidad de manera obscena. No sé yo si no es el verdadero obsceno y pornográfico quien se atreve a formular esta maldad. Un dato, en España sólo hay un monumento que recuerda a las víctimas del franquismo, está en el Valle del Jerte y ya ha sido objeto de ataques. Curiosamente el público de la sección Panorama del Festival de Berlín lo votó como mejor documental, y opta al premio en esa categoría en los Premios del Cine Europeo de este año.
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