lunes, 7 de diciembre de 2020

EL VERANO QUE VIVIMOS Yo tenía una bodega en Jerez

España 2019 109 min.
Dirección
Carlos Sedes Guion Ramón Campos, Gema R. Neira, Salvador S. Molina, Javier Chacártegui y David Orea Fotografía Jacobo Martínez Música Federico Jusid Intérpretes Blanca Suárez, Javier Rey, Pablo Molinero, Guiomar Puerta, Carlos Cuevas, María Pedraza, Moreno Borja, Adelfa Calvo, Manuel Morón, Joaquín Núñez, Pedro Rudolphi, Antonio Durán “Morris” Cinezona Estreno en el Festival de San Sebastián 20 septiembre 2020; en salas comerciales 4 diciembre 2020 


A veces son las historias reales las más difíciles de creer, e incluso entonces es necesario que guionistas y realización consigan hacer plausible cada acontecimiento narrado. Llegado como tantos otros de la televisión, Carlos Sedes (Fariña, Las chicas del cable) y su numeroso séquito de guionistas prácticamente lo han conseguido, aunque el conjunto acabe resultando un auténtico folletín a veces incluso un poco indigesto. El secreto parece estar en proponer una de esas historias de amor imposible y emocionalmente cálido, con personajes atractivos y un escenario inolvidable. Jerez y su particular idiosincrasia están tratados con cariño y respeto, como también lo están sus personajes, si bien cabe destacar a una hermosísima y sensual Blanca Suárez por encima de un Javier Rey al que falta un poco de cocción.

Narrada en dos tiempos, los noventa en los que una joven estudiante de periodismo hace las prácticas en un periódico local de Galicia, y a través de las esquelas que se le encomiendan descubre una apasionante historia de amor que ha marcado a sus protagonistas desde 1958, esa otra época aludida y en el que se enmarca el verano del título, hasta esos noventa iniciales. Buen ritmo, una narración fluida y un variopinto y atractivo elenco consiguen, además de una luminosa y perfectamente encuadrada fotografía, y esos escenarios naturales utilizados con tanto respeto como admiración, que el film se vea con agrado y hasta emoción. Uno de sus grandes aciertos es definir a su protagonista como una mujer fuerte y decidida, mientras él parece más débil e inseguro, y desde luego no es el galán heroico habitual. Un tercer vértice en esta relación que se propone a tres, al que da vida con derroche de simpatía y gallardía Pablo Molinero, redondea el apartado interpretativo de una película a la que falta atar algunos aspectos narrativos, como las ausencias nunca comentadas de la pareja furtiva, o el improbable viaje por toda la geografía española que emprende la becaria sin recursos junto al hijo del amante nostálgico.

Entre lo que menos funciona está la música épico romántica, excesiva y saturada, de Federico Jusid, aunque la canción de Alejandro Sanz asegura la calidad del film también en lo musical. En líneas generales este film funciona mucho mejor que su prima generacional Palmeras en la nieve, y recupera en cierto modo el aliento dramático y romántico de hitos legendarios como Memorias de África, aunque en lo poético se quede bastante lejos de sus referentes. Al fin y al cabo es una empresa comercial, y está realizada con tal dignidad que hasta su aspecto trasnochado funciona.

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