martes, 22 de diciembre de 2020

FELLINI EN ZAPATILLAS DE BAILE ANÓNIMAS

Balletto di Siena. Fellini, la dolce vita di Federico. Marco Batti, dirección y coreografía. Jasha Atelier, vestuario. Claudia Tabbi, iluminación. Teatro de la Maestranza, lunes 21 de diciembre de 2020 

Nino Rota
, uno de los más grandes compositores de cine italianos del pasado siglo, admirado e imitado hasta la saciedad, compuso en 1966 el ballet La Strada, a partir de material de su propia banda sonora para el film homónimo de Fellini y otras piezas originales y adaptadas de sus célebres bandas sonoras para las películas del director de Rímini. Hasta catorce películas, y los episodios Las tentaciones del doctor Antonio de Boccaccio’70 y Toby Dammit de Historias extraordinarias, integran la colaboración entre el músico y el director, una de las más prolíficas y celebradas de la historia del cine. El ballet La Strada conoció una suite de concierto que es lo que más se divulga, con versiones en el mercado de Riccardo Muti, Josep Pons y Yannick Nézet-Séguin entre otros. Hasta 1978, un año antes de fallecer, Rota sometió el ballet completo a numerosas modificaciones, pero no ha sido éste lo que la compañía de danza que nos ha visitado este lunes 21 de diciembre ha utilizado para poner en pie su particular homenaje a Fellini en el año de su centenario. Tienen sin embargo el atrevimiento de asegurar que por primera vez las desventuras de Zampanò y Gelsomina, que en la pantalla tuvieron el rostro de Anthony Quinn y Giulietta Massina, se han convertido en ballet, obviando la pieza directamente concebida por el compositor para esa disciplina. 

En su lugar se ha optado por una sucesión de grandes éxitos de Nino Rota, entre los que se han colado El padrino 1ª y 2ª partes y Romeo y Julieta, sin duda tres de sus composiciones más célebres pero que nada tienen que ver con el universo felliniano. Sí lo hacen por el contrario El jeque blanco, Los inútiles, La dolce vita, Boccaccio’70, Ocho y medio, Los clowns, Amarcord y El Casanova, que tuvieron su protagonismo en este espectáculo que recorre en sketches su filmografía sin seguir un guion concreto y definible. Todo apunta a que el director va imaginando y creando los personajes y situaciones que caracterizan estas obras maestras del cine, aunque en algunos casos no existe relación entre la música y los episodios recreados, especialmente cuando lo que escuchamos es El padrino o Romeo y Julieta. No solo es música de Rota lo que suena; la música de Nicola Piovani, que sustituyó al autor de Guerra y paz cuando falleció, componiendo las bandas sonoras de La voz de la luna, Ginger y Fred y La entrevista, también tiene un par de intervenciones, así como una hermosa pieza de Max Richter que sirve para envolver uno de los momentos más mágicos de la función, el paso a dos entre Fellini y su creación, un Zampanò que nos recuerda al joven Prometeo. Las versiones que escuchamos enlatadas se han extraído tanto de sus bandas sonoras originales como de las suites de concierto preparadas por Carlo Savina, y otros arreglos menos ortodoxos. 

El homenaje a Fellini que propone esta compañía italiana parece una función de saldo, sin apenas escenografía, que podría haberse resuelto con elementos característicos del cine de Fellini, 
aunque solo fueran en proyecciones, como el barco de Amarcord, la cabeza gigante de El Casanova o la Fontana di Trevi de La dolce vita, aquí recreada con una sábana agitada al viento. Por su parte el vestuario rememora algunos atuendos clásicos del imaginario felliniano, como el traje escotado de Anita Ekberg en La dolce vita, el abrigo rojo con pieles que viste Gradisca en Amarcord, o el smoking de Mastroianni. Pero es en el baile donde este tributo cobra mayor relieve e importancia, ya que el joven Balletto di Siena, que como cualquier otra compañía comprometida alterna este espectáculo con otros como Grande Suite Classique Verdiana y clásicos como El lago de los cisnes y El cascanueces, exhibe una técnica y una disciplina ejemplar que hace de la función un espectáculo notable y muy disfrutable. Acrobacias, piruetas gimnásticas, coordinación, fuerza, estilo y belleza son algunos de los apelativos que merecen los jóvenes bailarines y bailarinas que llenan con su esfuerzo y compromiso el escenario, destacando la gracia y agilidad del encargado de recrear el espectáculo circense de Los clowns, o el extremadamente flexible joven que da vida al fortachón Zampanò, así como la bellísima Anita y por supuesto el estilizado Fellini que sirve de motor a toda la función. Lástima que todos y todas permanezcan en el anonimato, ya que ni la compañía ni el teatro han tenido la gentileza de facilitar los nombres del elenco, lo que nos parece una falta de respeto total y absoluta a unos artistas que merecen al menos el seguimiento de la afición. Echamos de menos un mayor entusiasmo por parte del público, que solo aplaudió tras la celebérrima Passarella di addio de Ocho y medio, y al final, cuando entre temas musicales había oportunidad de hacerlo sin romper la unidad del espectáculo, y vaya si los y las solistas lo merecían. Al final, el emotivo final de La Strada proyectado en unas sábanas ponen el broche de oro a esta celebración de la danza y de un cineasta irrepetible.

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