Laura Sierra y Manuel Tévar despidiendo el ciclo |
En tiempos como el que estamos viviendo cobra especialmente relevancia una obra como ésta, que explora como nunca antes se había hecho la sensación de alegría y de emoción puramente humanista, a través paradójicamente del sufrimiento. La alegría beeethoveniana no es simplona ni inocente, se llega a ella a través del conocimiento profundo de las cosas, de la exploración de nuestros sentimientos y la percepción que llegamos a tener de nuestro entorno cuando lo estudiamos a fondo, lo que conlleva mucho sufrimiento, una consciencia plena del mundo que nos rodea y del provecho que podemos llegar a sacar de él. Ese recorrido intelectual está en cada movimiento de esta obra descomunal y el intérprete ha de saber reflejarlo en cada nota. Sierra y Tévar lo entendieron y nos brindaron una excepcional versión de la obra, en la que resultó fácil escuchar toda una orquesta y hasta un coro gracias al empuje, la fuerza y la extraordinaria precisión con la que bañaron su interpretación. Logro también por supuesto del trabajo de sus arreglistas, de nuevo Wilhelm Meves, de quien ya se ofrecieron sus arreglos en la entrega anterior, en los dos primeros movimientos, y de August Horn en los otros dos, compositor de Leipzig de segunda mitad del XIX, responsable de multitud de arreglos, muchos para dos pianos y ocho manos, de toda la plana mayor de los grandes compositores, de Haydn a Wagner pasando por Schubert, Mendelssohn, Weber o Schumann.
Teatro Cajasol con mascarillas y distancia de seguridad |
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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