lunes, 14 de diciembre de 2020

LOS VIENTOS DE LA ROSS AMENIZAN LA TARDE

4º concierto del Ciclo de música de cámara ROSS. José Manuel González Monteagudo y Sarah Roper, oboes. Piotr Szymyslik y Miguel Domínguez Infante, clarinetes. Javier Aragó Muñoz y Álvaro Prieto Pérez, fagotes. Antonio J. Lasheras Torres y Ángel Lasheras Torres, trompas. Programa: Obertura de Fidelio Op. 72, de Beethoven (arr. W. Sedlak); Octeto-Partita en Fa mayor Op. 57, de Krommer; Octeto para vientos en Mi bemol mayor Op. 103, de Beethoven. Espacio Turina, domingo 13 de diciembre de 2020


Aunque fuera en el interior de este Espacio Turina que está prácticamente salvando la cultura musical de la ciudad en tiempos de pandemia, la formación en octeto de vientos que protagonizó este segundo concierto de temporada camerística de la ROSS iluminó la sala como si realmente estuviésemos disfrutando de música al aire libre, que es como fundamentalmente se concebía esa Harmoniemusik tan común a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Música para vientos pensada para amenizar banquetes, veladas y fiestas al aire libre, que no sólo se ilumina con los rayos del sol y el aire fresco, sino que ella misma alumbra también con su afabilidad y buena voluntad nuestro ánimo, convirtiéndose en una experiencia cuando menos agradable y distendida. 

Foto: Guillermo Mendo
Un arreglo del clarinetista y compositor Wenzel Sedlak, contemporáneo de Beethoven, para dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes y dos trompas de la Obertura de Fidelio, la única de las cuatro alternativas que comparte título con la ópera, sirvió para entrar en materia y calentar motores. Tanto es así que las siempre complejas trompas sonaron destempladas, fuera de tono y mal ensambladas con el resto del conjunto, éste sí muy afinado y con un muy adecuado aire marcial como espíritu motivador. Afortunadamente el empuje que caracterizó la interpretación en las maderas se impuso también en el resto del programa, contagiando ahora a las trompas, que desafiaron el mal pie con el que empezaron y mantuvieron un excelente nivel el resto del concierto. Uno de los varios octetos-partitas que compuso el violinista checo Frank Vinzenz Krommer, también contemporáneo de Beethoven, que son por lo que es hoy reconocido a pesar de haber escrito también varias sinfonías y música para cuerda, sirvió para constatar la buena salud del conjunto formado para la ocasión, elevando incluso gracias a una estructura férrea y una sensacional vehemencia la calidad inicial de la pieza, de estilo clásico entre Mozart y Haydn, y que facilitó al grupo lucir tanto vigor en el allegro vivace inicial como en alla polacca final, así como una delicadeza extrema en el adagio y una sinuosa gracia en el minuetto

González Monteagudo, que llevó la línea de canto con impecable fraseo y electrizante agilidad y se atrevió a introducir las obras con gran simpatía y desenvoltura, pasó a Sarah Roper y Piotr Szymyslik el relevo en el Octeto para vientos de Beethoven, con número de catálogo posterior a su muerte a pesar de tratarse de una pieza juvenil que el autor reelaboraría como Quinteto para cuerdas Op. 4 cinco años después de su composición. Como no cabía esperar menos, la oboísta y el clarinetista bordaron su participación con la delicadeza y elegancia que les caracteriza, a lo que el conjunto se plegó con el mismo entusiasmo y buen hacer que informó la pieza anterior. Las trompas a cargo de los hermanos Lasheras se sintieron definitivamente integradas, imponiéndose en majestuosidad, y todos lograron con un trabajo dinámico y matizado dejarnos un inmejorable sabor de boca. Como propina se ofreció un arreglo en clave de ragtime del célebre Jingle Bell Rock de Bobby Helms, un oportuno cambio a otra época en la que también proliferaron este tipo de conjuntos para hacer otra clase de música.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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