Decía una joven estudiante de piano en el documental Del duende al swing, presentado el miércoles en el Teatro Central, que tras una impecable preparación clásica había optado por el jazz para completar su formación porque ampliaba su técnica y habilidad, así como le abría los ojos para otras estéticas y realidades. Algo así debe haber asumido la pianista rusa de origen israelí y formación germana Olga Scheps, que en la propina ofrecida en el concierto de ayer que se repite hoy exhibió unas vertiginosas y hercúleas agilidades, tan propias de la composición elegida, propensa a esas texturas jazzísticas que tanto pie dan al virtuosismo rabioso y temperamental. Antes la joven pianista dejó claro por qué Chopin se ha convertido en uno de sus referentes, con varios discos publicados con música del compositor polaco, incluidos sus dos conciertos. Su versión del segundo de ellos empezó desconcertándonos, parecía que optaba por el espíritu ensoñador, poético y almibarado de, por ejemplo, María Joao Pires. Sin embargo pronto comprendimos que era capaz de deleitarse con las notas, exprimir su carácter más melódico, resultar ocasionalmente incluso un poco cursi, y sin embargo ser capaz de combinar todo eso con una carga dramática considerable y una tensión contundente. Por si eso fuera poco, reinventó parcialmente la pieza sin traicionar su espíritu, sin partituras y añadiendo agilidades, ornamentaciones y filigranas que no recordábamos en otras versiones, enriqueciéndola más que desvirtuándola, lo que no deja de ser admirable. En el camino propició que la efusividad rítmica del allegro final diera paso a un tono más dramático y apesadumbrado, resultó menos apasionada de lo habitual en el larghetto, y logró un discurso modélico, bien estructurado y dinámico en el maestoso inicial.
El director australiano Daniel Smith, que ya nos visitó en enero de 2020, justo antes de la pandemia, con un programa enteramente francés, revalidó lo que ya entonces evidenció, una batuta entregada, enérgica y disciplinada. Acompañando a Scheps supo calibrar sus abundantes frases destinadas a una simple base armónica con esas otras ampulosas y trágicas que también transita la obra. Pero fue en la Sinfonía Matías el pintor, que Paul Hindemith compuso como antesala a su gran ópera inspirada en la vida del pintor del siglo XVI Mathias Grünewald, donde Smith aprovechó para lucir su carácter. Si empezó luminoso y sereno en el Concierto de los ángeles, asumiendo su carácter juguetón y desarrollo contrapuntístico con enorme naturalidad y un cuidado excesivo por los detalles, en la Misa en la tumba destacó su carácter místico, casi como un lamento, con prestaciones extraordinarias de toda la cuerda, especialmente esos graves que tanto nos gustan de la Sinfónica. Y en la Tentación de San Antonio acertó plenamente en sus fascinantes contrastes ente la furia demoníaca y los pasajes sutiles y relajados, que Smith manejó con notable soltura y sentido dramático, así hasta llegar al aleluya final con unos metales refulgentes.
Noelia Lobato saluda a Daniel Smith |
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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