Integrado en el ciclo ROSS in Camera que se celebró el sábado y se repite el domingo dentro del tradicional ciclo de música de cámara de la orquesta sevillana, siempre en el Espacio Turina, el Octeto de George Enescu sonó a propósito de los ciento cuarenta años del nacimiento del compositor rumano, que coinciden con el aniversario del inicio de relaciones diplomáticas entre España y Rumanía. Así, de la mano del Consulado Rumano en Sevilla y el Instituto Cultural de Rumanía en Madrid, tuvimos ocasión de disfrutar de esta espléndida y monumental página de un compositor poco divulgado y menos programado. En los últimos años tan solo se ha interpretado en nuestra ciudad dos de sus rapsodias rumanas, fue en el Concierto de Año Nuevo inmediatamente anterior a la pandemia.
Ni la tercera, última y más celebrada de sus sinfonías, no digamos su ópera Edipo o su interesante música de cámara, han ocupado la programación de nuestros espacios, resultando además paradójico que una página tan emblemática y revolucionaria como este Octeto para cuerdas apenas haya logrado colarse entre las grabaciones de los sellos discográficos más prestigiosos. Contemporáneo de Schönberg y Bartók, la pieza de Enescu se adelanta a las estéticas de estos renombrados compositores, sentando mucho antes que ellos las reglas de un expresionismo desmesurado, que abrió puertas a una nueva concepción de la composición musical. El Octeto tiene forma cíclica, y aunque está dividido en cuatro movimientos, estos se interpretan de continuo, si bien los integrantes de la ROSS convocados al efecto interrumpieron brevemente la transición entre los dos primeros movimientos para permitir al primer violonchelo reentonarse. La pieza, terminada con tan solo diecinueve años, es un prodigio de estructura y orquestación, tanto que puede incluso interpretarse con orquesta de cuerda completa, siempre que se preserven sus numerosas partes solistas. La violonchelista rumana Luiza Nancu ejerció de obligada maestra de ceremonias, trazando una semblanza del autor y un análisis de la pieza, que el conjunto abordó de manera absolutamente impecable.
Alexa Farré en primer término |
Esta obra ambiciosa y paradigmática, rica en contrapunto, complejidad polifónica y expresividad, contó con una interpretación enérgica pero moderada del primer movimiento, agitadísima y furiosa del segundo, endiablado y robusto, que desemboca en una intensa meditación casi mística, con la cuerda siempre manteniendo un sonido homogéneo y vibrante pero nunca crispado ni disonante, y un final moderadamente alegre en forma de vals perfectamente ritmado, síntesis de todo el material anteriormente expuesto. Todo eso exige una claridad absoluta del material y una fuerza expresiva de primer orden, y vaya si el conjunto seleccionado para la ocasión logró llevarlo a buen puerto. Eso sí, quedaron exhaustos, y nosotros satisfechos aunque solo se tocase esta pieza que apenas sobrepasó los cuarenta minutos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario