domingo, 28 de noviembre de 2021

UN OCTETO DE ENESCU FURIOSO Y CONCENTRADO

4º Concierto del XXXII Ciclo de Música de Cámara de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Alexa Farré Brandkamp, Branislav Sisel, Katarzyna Wróbel y Jill Renshaw, violines. Francesco Tosco y Ariadna Boiso Renoso, violas. Luiza Nancu e Ivana Radakovich, violonchelos. Programa: Octeto para cuerdas en Do mayor Op. 7, de George Enescu. Espacio Turina, domingo 28 de noviembre de 2021


Integrado en el ciclo ROSS in Camera que se celebró el sábado y se repite el domingo dentro del tradicional ciclo de música de cámara de la orquesta sevillana, siempre en el Espacio Turina, el Octeto de George Enescu sonó a propósito de los ciento cuarenta años del nacimiento del compositor rumano, que coinciden con el aniversario del inicio de relaciones diplomáticas entre España y Rumanía. Así, de la mano del Consulado Rumano en Sevilla y el Instituto Cultural de Rumanía en Madrid, tuvimos ocasión de disfrutar de esta espléndida y monumental página de un compositor poco divulgado y menos programado. En los últimos años tan solo se ha interpretado en nuestra ciudad dos de sus rapsodias rumanas, fue en el Concierto de Año Nuevo inmediatamente anterior a la pandemia.

Ni la tercera, última y más celebrada de sus sinfonías, no digamos su ópera Edipo o su interesante música de cámara, han ocupado la programación de nuestros espacios, resultando además paradójico que una página tan emblemática y revolucionaria como este Octeto para cuerdas apenas haya logrado colarse entre las grabaciones de los sellos discográficos más prestigiosos. Contemporáneo de Schönberg y Bartók, la pieza de Enescu se adelanta a las estéticas de estos renombrados compositores, sentando mucho antes que ellos las reglas de un expresionismo desmesurado, que abrió puertas a una nueva concepción de la composición musical. El Octeto tiene forma cíclica, y aunque está dividido en cuatro movimientos, estos se interpretan de continuo, si bien los integrantes de la ROSS convocados al efecto interrumpieron brevemente la transición entre los dos primeros movimientos para permitir al primer violonchelo reentonarse. La pieza, terminada con tan solo diecinueve años, es un prodigio de estructura y orquestación, tanto que puede incluso interpretarse con orquesta de cuerda completa, siempre que se preserven sus numerosas partes solistas. La violonchelista rumana Luiza Nancu ejerció de obligada maestra de ceremonias, trazando una semblanza del autor y un análisis de la pieza, que el conjunto abordó de manera absolutamente impecable.

Alexa Farré en primer término
En el Octeto de Enescu es fundamental no cargar las tintas ni resultar demasiado enfático, a pesar de las numerosas ocasiones que ofrece para hacerlo, de manera que queden bien expuestas, con suficiente transparencia y riqueza de colores y matices, sus temas y melodías, que se repiten a lo largo de toda la obra y cuya identificación resulta así imprescindible por parte del oyente. Aunque no es una obra de lucimiento para un solista en particular, a pesar de que el autor era un virtuoso violinista, no cabe duda de que su armazón debe quedar bien sujeto pero sin resultar amazacotado, y esto es responsabilidad fundamentalmente del primer violín, en este caso una refinadísima y meticulosa Alexa Farré, que llevó gran parte del peso de la obra con la complicidad de las violas, que asumieron a la perfección su papel alternante entre solista y dialogante. Los violonchelos aportaron la fuerza y el relieve necesarios, lográndose entre todos y todas una comunión tal que pareciera tratarse de un conjunto estable en lugar de una asociación puntual para abordar esta pieza en concreto, algo que solo se consigue con mucho ensayo y una entrega total.

Esta obra ambiciosa y paradigmática, rica en contrapunto, complejidad polifónica y expresividad, contó con una interpretación enérgica pero moderada del primer movimiento, agitadísima y furiosa del segundo, endiablado y robusto, que desemboca en una intensa meditación casi mística, con la cuerda siempre manteniendo un sonido homogéneo y vibrante pero nunca crispado ni disonante, y un final moderadamente alegre en forma de vals perfectamente ritmado, síntesis de todo el material anteriormente expuesto. Todo eso exige una claridad absoluta del material y una fuerza expresiva de primer orden, y vaya si el conjunto seleccionado para la ocasión logró llevarlo a buen puerto. Eso sí, quedaron exhaustos, y nosotros satisfechos aunque solo se tocase esta pieza que apenas sobrepasó los cuarenta minutos.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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