La programación que dirige Marc Soustrot nos ha deparado ya algunas agradables sorpresas, como la pianista Olga Scheps la semana pasada y la soprano Camilla Tilling esta, en los conciertos celebrados anoche y el que se ofrecerá hoy en el Maestranza. Juntas, voz y orquesta, lograron una hermosa recreación de los cuatro lieder op. 27 de Strauss y la Sinfonía nº 4 de Mahler, en cuyo último movimiento la soprano pone voz a la vida celestial que el compositor describe con una rara combinación de melancolía y felicidad. Tanto por las piezas elegidas como por la belleza lánguida de su interpretación pareciera que nos encontramos ante una evocación de la presente estación, que desde hace unos días se parece al otoño. Sus colores y el cálido temperamento que inspira estuvieron presentes en la ternura y la amabilidad con que Soustrot dirigió a la orquesta, de nuevo brillante en su cometido.
Así, si la Obertura Coriolano, página furiosa de Beethoven que vaticina la tragedia clásica para la que estuvo concebida, Soustrot sacó de la Sinfónica su vertiente más agitada y convulsa, siempre desde la claridad de matices y acentos, y con unos tempi muy marcados pero algo más lentos de lo habitual, en la Sinfonía mahleriana alcanzó registros tan diversos que su interpretación acabó siendo un festival de sensaciones. Es cierto que todo estuvo en su lugar, que nada resultó estridente ni desproporcionado, tanto para bien como para mal, en el sentido de que faltó la distinción y la sorpresa; pero fue en general una versión sólida y majestuosa, a la vez que refinada y elegante. El primer momento resultó todo lo inocente y apacible que fuera deseable, así como cálido y exquisito en su exposición de efectos melódicos. Echamos en falta quizás un carácter más siniestro en su segundo movimiento con forma de danza rústica. Soustrot se recreó en el hermoso adagio, pero sin afectación ni sensación empalagosa, equilibrando muy bien sus pasajes más agrios y virulentos, de forma progresiva y sin cambios bruscos de registro, incluso en la breve pero muy idiomática aparición de elementos jazzísticos. La delicadeza con que arropó a Camilla Tilling en el movimiento final fue de una elegancia extrema.
Estupendas Tilling y Farré
La soprano Camilla Tilling brilló con una voz cálida, de timbre amable y delicado y una proyección notable, en los cuatro lieder que conforman el opus 27 de Richard Strauss. Pero fue su habilidad para afrontar estas canciones con la expresividad y el tono justo lo que más nos maravilló. En su voz estas cuatro pequeñas obras maestras sonaron a magia y ensoñación. No fue ajena a esta sensación la batuta de Soustrot, que extrajo misterio y agitación de Ruhe, meine Seele! (Descansa, alma mía), júbilo heroico en Cäcilie (Cecilia), una dicha contagiosa en Heimliche Aufforderung (Invitación secreta), y finalmente pura poesía melancólica y evocadora en Morgen! (¡Mañana!), uno de los más hermosos lieder jamás compuestos y que contó no solo con una voz angelical sino también una impagable aportación de la concertino Alexa Farré, añadiendo aún más carga poética a esta versión. Soustrot acompañó en todo momento con sentido del equilibrio, la magia y la sensualidad.
También en la Cuarta de Mahler lucieron la voz de la soprano sueca, entonando Das himmlische Leben con una sensibilidad extraordinaria, adaptándose a todos los sentimientos evocados, desde la alegría inicial a la incertidumbre y la serenidad que le siguen, hasta alcanzar la paz en un final sobrecogedor. También Farré cumplió brillantemente su papel con sus solos en el segundo movimiento de la sinfonía, acertando en rusticidad y moderado sarcasmo. Todo en su sitio, pero con esmero y mucho talento.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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