Foto: Manuel Vaca |
Hace mucho que Daniel Barenboim no asoma por nuestra tierra. Atrás quedaron aquellos conciertos estivales junto a la Orquesta del Diván que con tanta ilusión esperábamos, y nunca llegó a cumplir su promesa de dar un recital de piano en el Maestranza como agradecimiento por la acogida de nuestra comunidad a su proyecto conjunto con el intelectual Edward Saïd, tanto tiempo atrás desaparecido. Dicen que puede ser por la hostil acogida que sufrió por parte de algunos influyentes medios locales, pero nos extraña que una personalidad de la talla y la importancia de Daniel Barenboim, prácticamente un dios en su materia, un intocable tras tantos y grandes merecidos reconocimientos a lo largo de más de sesenta años ininterrumpidos de carrera, se deje influir por los comentarios, hostiles o admirados, de una prensa local como la nuestra. Lo cierto es que su legado tiene un valor incalculable, y que el trabajo desplegado en Andalucía por la fundación que lleva su nombre, suma en lo que a preparación de jóvenes intérpretes se refiere. Les da una oportunidad única de recibir clases de algunos y algunas de las más prestigiosas maestras en la materia, sin tener que desplazarse a otros países, generándose aquí una fuente de conocimiento y experiencia de primera categoría, solo al alcance de los más avezados estudiantes, dando como fruto nada más y nada menos que la excelencia.
Eso es lo que una vez más encontramos sobre el escenario del Maestranza, pura excelencia en manos de todavía inexpertos músicos en su mayoría, que con su valía y esfuerzo demostraron ser capaces de devorar un programa exigente con la perfección de unos profesionales absolutos. Una gesta casi milagrosa que afortunadamente se repite cada vez que nuestros jóvenes se suben al escenario, ya sea con la Orquesta Joven de Andalucía, nuestra querida Sinfónica Conjunta o las nuevas generaciones de la Barroca. El impecable trabajo conjunto de nuestros conservatorios, academias e instituciones, sumados al billete de perfeccionamiento que les reporta su paso por la Fundación, da como resultado este estimulante viaje a la excelencia. Pablo Heras-Casado, que ya dirigió a la formación, junto a la OJA, en enero de 2020, y pudimos disfrutarle junto a la Orquesta Juvenil de la Unión Europea en el Teatro Cervantes de Málaga en agosto de aquel fatídico año, exprimió al máximo las fuerzas y las energía de estos y estas jóvenes intérpretes para lograr de nuevo un concierto ejemplar, al que se sumó el talento indiscutible del también joven violinista francés Amaury Coeytaux.
Un violinista infatigable
Ya tiene mérito sustituir en el último minuto al violinista programado, Miguel Colom, debido a los estragos del covid que hacen de cada día una aventura y una incertidumbre, y enfrentarse a una partitura complicada como es la del Concierto para violín de Chaikovski con tanta solvencia y ejemplaridad. El suyo es un sonido crispado y envolvente, que frasea a un ritmo endiablado y es capaz de hacer sonar cada nota con una claridad y flexibilidad asombrosa. Su exacerbado virtuosismo quedó patente en un allegro inicial majestuoso y apabullante pero también lleno de lirismo, al que la orquesta se plegó maravillosamente, siempre atenta a los múltiples gestos con los que Heras-Casado controló a sus jóvenes portentos. Prodigiosas resultaron sus alambicadas cadencias en el tramo final de este primer movimiento. En la Canzonetta, Coeytaux se mostró ampliamente melódico y profundamente lírico; dinámico y lleno de carácter en el deslumbrante allegro vivacissimo final. Propina obligada, el andante de la Sonata nº 2 de Bach, meditado y paladeado.
Otra página de inconfundible sabor eslavo, la Sinfonía nº 8 de Dvorák, ocupó la segunda parte de este extraordinario concierto, con el director sin batuta pero con mucha expresividad llevando a los jóvenes músicos al páramo de la perfección. Todas las familias instrumentales, incluidos los tan temidos metales, respondieron impecablemente a la llamada atenta y responsable de quien estos días habrá trabajado hasta la extenuación con ellos para alcanzar tan estimulantes resultados, con la ayuda impagable del profesor Edmon Levon, que se encargó de la preparación y los ensayos preliminares de la propuesta. El allegro inicial sonó desenvuelto, fresco y natural, a la vez que conmovedor y luminoso. Se acertó en dar un carácter profundamente místico al adagio, mientras el allegretto grazioso se entonó con encanto y ligereza. La calidez y la solemnidad caracterizaron el allegro ma non troppo final, alcanzándose en su tramo final un espíritu vitalista y deslumbrante. Como propina se atrevieron primero con la Danza húngara nº 1 de Brahms y un alegre pasodoble de esos que tanto suenan en las salas de concierto de todo el Mundo, según el director granadino, cuando tocan orquestas juveniles, dado el alto porcentaje según él de integrantes españoles en este tipo de formaciones, lo que da buena cuenta de la conveniencia de mantener estas instituciones que tanto hacen por la cultura y la felicidad de la población.
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