martes, 21 de diciembre de 2021

NECESARIO FEMINISMO MUSICAL

Rasgando el silencio: Ciclo de mujeres compositoras. Compositoras en danza. Carmen Martínez-Pierret y Thierry Huillet, piano a cuatro manos. Programa: Suite Burlesque, de Germaine Tailleferre; March of the Goblins, de Julie Rivé-King; Grande Valse, de Maria Agata Szymanowska; Six Valses-Caprice, de Mel Bonis; March of the Blues, de Pauline Alpert; Douze Valses et Finale, de Marie Jaëll; Six Pièces Romantiques, de Cécile Chaminade. Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza, lunes 20 de diciembre de 2021

Sería interesante profundizar más sobre la figura y la trayectoria de la pianista Carmen Martínez-Pierret para llegar a comprender más y mejor su encomiable trabajo reivindicativo del papel de la mujer en la música occidental, desde un punto de vista histórico y actual. Su trabajo, casi siempre centrado en la recuperación del patrimonio musical de la mujer, le ha llevado a colaborar en varias ocasiones con el violonchelista Israel Martínez y la violinista Clara Cernat. Con el primero ha impulsado este ciclo de doce conciertos repartidos en tres temporadas, y con el marido de la segunda, Thierry Huillet, colabora en este segundo encuentro del ciclo. Cabe aplaudir el esfuerzo y el entusiasmo desplegado por la pianista en torno a estas mujeres, algunas de ellas célebres y muy reconocidas en su tiempo pero olvidadas por la posteridad, cuyo trabajo resulta valioso a menudo, aunque a veces no quede más remedio que reconocer su falta de entidad. También esto es consecuencia de la postergación sufrida por el género, siempre a la sombra del hombre e impedida casi siempre de desarrollar su creatividad, lo que hace que esta se haya resentido a lo largo de los siglos. Queda por lo tanto mucho por recorrer, y empieza precisamente por la propia mujer, que necesita recuperar el tiempo perdido, imponerse y adelantarse a todo lo que quedó por el camino.

Resulta sintomático que la práctica totalidad de las compositoras convocadas, todas ellas en un halo de dos siglos, de principios del XIX a finales del XX, fueran pianistas, sin duda el instrumento considerado más femenino y al que más acceso tuvieron las damas de la sociedad, ya que casi todas provienen de familias acomodadas, lo que todavía acota más la posibilidad que tenían las mujeres de dedicarse a este noble oficio artístico. También resulta curioso que las primeras piezas interpretadas tuvieran menos interés que las de la segunda parte, si bien es verdad que esta impresión la debimos a una interpretación menos atinada y más errática de esas primeras piezas. Así, de Germaine Tailleferrre, única mujer del prestigioso grupo de Les Six junto a Auric, Honegger, Poulenc o Milhaud, se interpretó la pequeña Suite Burlesque, que compuso en 1980 cuando apenas le quedaban tres años de vida. Una obra amable y distendida que sonó algo mecánica y falta de aliento poético. Tampoco la Marcha de los elfos de la norteamericana Julie Rivé-King, cuya madre estudió canto con el sevillano Manuel García, resultó especialmente inspirada. Peores fueron los resultados con el Grand Valse de Maria Agata Szymanowska, otra idolatrada en vida y olvidada tras su muerte, a quien llegó a considerarse a menudo con justicia una antecesora de Chopin. Pero en manos de Martínez-Pierret, quien se encargó del registro agudo del teclado, apenas logramos atisbar el genio de la compositora polaca, a pesar de que Huillet logró imprimir algo de cuerpo y carácter desde su cometido en los graves.

De una habitual de estos repertorios, la francesa Mel Bonis, paradigma de hasta dónde tenían que llegar las mujeres para ser respetadas (esta recortó su nombre, Mélanie, para darle un carácter más andrógino, y estuvo retirada durante mucho tiempo de la composición por exigencias matrimoniales), el dúo interpretó con numerosas notas falsas y un obstinado mecanicismo Seis Valses-Capricho, breves piezas con clara vocación de canciones sin palabras, a las que siguió la Marcha del blues de Pauline Alpert, apodada la pianista torbellino por su agilidad al teclado, y que dejó constancia de su arte en grabaciones, rollos de pianola y cortometrajes. Su estilo entre el blues y el ragtime quedó perfectamente reflejado en las cuatro manos de los pianistas, constituyendo un punto de inflexión que nos dejó, ya con Huillet en los agudos y Martínez-Pierret en los graves, dos obras de mayor calado expresivo y rigor estructural. El estilo romántico de los Doce valses y final de Marie Jaëll, compositora y pianista de gusto exquisito y extrema elegancia, encontró en la y el pianista una respuesta perfecta a su sensibilidad y ese toque impresionista que también caracteriza a esta autora muy conectada con la psicología, su otra pasión. Otra obra contundente y de gran tamaño, las Seis piezas románticas de Cécile Chaminade, autora de una ópera cómica titulada La sevillana, puso el punto y final a este recorrido por la música compuesta por mujeres con la danza como referente. Entre las piezas amables y relajadas y otras con más carácter que integran esta suite, y que ambos defendieron a la perfección, destacó el Rigaudon final, llevado al límite del paroxismo.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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